viernes, 12 de marzo de 2010

IMPACIENCIA DE UN CORAZON; original de Rafael Santamaría

La morada que enmarca lo ilusorio de esta vida es este cuerpo; vivid para el cuerpo, y seréis tan efímeros como la carne donde habitáis; vivid en el alma, y seréis tan eternos como el lugar de donde procedéis.
A vosotros;

" Bulka, era un hombre de palabra, de honor y de ley, quizás algo particular pero no más que los demás. Elegante en la dote de ser hombre y refinado en sus costumbres. Trabajaba como bracero de campo en la aldea de Llamore, cerca del condado de Trevil, en Durcan. Sus manos, castigadas por la azada y el arar, aún conservaban el trazado de las líneas intacto, y una de ellas, aquella que habla del amor, de ese último amor que nos lleva al deseo del altar, aquella no se veía en ninguna de sus manos.
El buen Bulka, como hombre que era, creía más en el tesón y la voluntad que no en el dibujo de unas líneas con paradero desconocido.
Un buen día, de vuelta de su trabajo, halló en su camino la imagen de una hermosa muchacha, Bulka sonrió, sólo eso, la sonrió, su línea de amor, aquella que no estaba grabada en su mano, quizás fue la que le imposibilitó hablar. Llegó a casa desolado por su poca intervención en aquel encuentro; se miró sus manos, y no halló en ellas más que líneas, líneas y más líneas, pero la del amor parecía haber sido borrada.
Ya se lo dijo Urú el brujo: “De entre todos, sólo tú vagaras solo en la soledad”. Preso por la desolación, cogió un cuchillo, y con él dibujo en ambas manos la línea del amor. Hundió el afilado metal en su carne hasta que la sangre brotó de él para expresar su dolor. Con el tiempo las heridas cicatrizaron, y aquellas manos vieron otra línea más, una línea de sangre y amor.

Pero fue mucho más tarde, en un día de primavera, cuando mi buen Bulka volvió a ver a aquella muchacha de tan hermosa belleza, y aunque sus palabras era mudas y su garganta estaba seca, agudizó su destreza en el arte del buen orador y habló ante ella.

Aquella noche cenaron juntos, durmieron juntos, y amanecieron juntos. Al levantarse Bulka para ir a labrar el campo, lo hizo con la máxima delicadeza para no despertar a la muchacha, al hacerlo, sostuvo una de las manos de la muchacha y en ella vio una marca, una cicatriz, una línea falsa, hecha con amor y con un cuchillo de metal. Luego dejó la mano de la muchacha escondida entre las sábanas.

Esa mañana aró y aró sin parar, y aún así, durante su jornada, la imagen de un línea igual que la suya le ocupó toda su atención. Al llegar a casa se miró las manos, y en ellas echó en falta su línea, aquel dibujo de dolor hecho a mano, pero al mismo tiempo con amor.

Al entrar en la casa ella ya no estaba, y Bulka, mi buen Bulka, volvió a coger el cuchillo para dibujarse de nuevo la línea del amor, la linea de su amor.

A la mañana siguiente, con las manos aún doloridas por el corte, salió a trabajar, y a su regreso, vio de nuevo a la muchacha.

De nuevo cenó con ella, durmió con ella, y amaneció con ella, y cuando su línea del amor se borró de su mano, la muchacha desapareció. Y otra vez mi buen Bulka volvió a llamar a la muchacha dibujándose la línea del amor en su mano, y de nuevo volvió a cenar, dormir, y amanecer junto a ella, y cuando la cicatriz del amor en su mano se escondió a sus ojos, Bulka, volvió a estar solo.

Cada vez duraba más tiempo aquella cicatriz en su mano, cada vez estaba más tiempo la muchacha a su lado, pero no el tiempo necesario que ocupa toda una vida. Entonces mi buen Bulka pensó, y como hombre de amor censurado, prohibido y negado que era, se abrió una línea en sus manos tan ancha que en ella introdujo un fino taco de madera para que nunca se cerrara, y así, nunca se fuera de su lado aquella hermosa muchacha.
Bulka, mi buen Bulka, aquel hombre de palabra, de honor, y de ley, hijo de Nerea y de Valda el herrero, irrumpió en los designios de la vida cambiándose el destino que podía leerse en sus manos.

Volvió a ver a la muchacha, sí; y la vio un día tras otro, sí; Bulka estaba contento, pero al décimo séptimo día el fino taco de madera que mantenía su línea del amor viva, empezó a pudrirse, y con él, toda la mano; así, viendo que la infección había llegado a todo el brazo, y sabiendo que si se amputaba sus manos moriría su amor, decidió esperar a que todo su cuerpo fuera preso de aquella podredumbre, a que todo su amor se contaminara de los designeos de la vida. 

Sabía su final, padecía su dolor, pero aún así, esperó en la cama junto a ella los últimos días de su vida.

Me dijo que fueron sus mejores días: “Que muerte tan hermosa que ya no tengo miedo a la muerte”.
Tres días antes del adiós, cuentan que Urú el brujo pasó por la cabaña de Bulka. Toda la aldea sabía ya de la osadía de éste, y Urú fue a visitarlo antes de su muerte.

-Nadie puede cambiar su destino, y tú lo has cambiado.- Le dijo Urú el brujo mirándole las manos.
A lo que mi buen Bulka sólo respondió:
-Mi destino era cambiar mi destino, y así lo he hecho.

El día de su muerte la muchacha desapareció con él, y Bulka, mi buen Bulka, abandonó para siempre la aldea de Llamore.

Hubo un tiempo en que su nombre quedó borrado de la aldea, pero con el pasar de los días, el destino que a todos nos une y nos ata, trajo de él su recuerdo.
De la palabra de aquel hombre no me queda más recuerdo, pero he ahí que su recuerdo, me trae su palabra:


Sobre lo escrito se puede corregir, sobre lo no escrito, se puede escribir; el destino es así."

Rafael Santamaría
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