jueves, 4 de febrero de 2016

"MI MIGUEL"; original de Rafael Santamaría

En cierta ocasión me invitaron a pescar. La cruda realidad es que no quería ir porque no me llamaba mucho la atención, ya que no podía decir que no me gustaba debido a que nunca hasta entonces había ido de pesca. Pero era uno de esos compromisos ineludibles que se hacen un hueco por si solos en nuestra vidas.
Un inciso: cuando se pesca debes mantener un mínimo de silencio, si no los peces no se acercan.
Si no vamos a poder hablar, y no se pescar, entonces a qué he venido? - reflexione.
Pero la vida, por definición, está llena de momentos parecidos a éste, donde por la inercia del destino nos encontramos con situaciones que nos aportan una gran y grata experiencia.
- Aquí no hay muchos peces - me dijo
- Ah, no? Entonces para que nos paramos aquí? - pregunté yo
- Porque por aquí está Miguel. Vamos a esperar a que venga
Como no tenía ni idea de pesca no puse ninguna objeción. Además, pensé que el tal Miguel sería algún compañero suyo de pesca, un buen amigo con el que solía salir a pescar.
Pasaron las horas y mi estómago se empezaba a impacientar, y como consecuencia, mi mal humor comenzaba a aflorar.
Un estómago vacío hace mucho ruido, y una mente que escucha ese ruido es una mente que se acaba impacientando.
- Me parece que Miguel no va a venir. Podíamos empezar sin él - le sugerí.
- Sí no te importa, comeremos cuando él haga acto de presencia. Debe estar a punto de llegar.
Pero el reloj, el estómago, y aquello, que era más aburrido que las clases de inglés del instituto, me estaba empezando a enervar mi lado más irascible.
- Ya está aquí! Le veo. Es él - exclamó lleno de júbilo - Miré para todos lados en busca del tal Miguel pero nada - Te dije que vendría
Bueno, al fin comeremos; pensé.
Se precipitó sobre la caña de pescar y mirando a las aguas de aquel río empezó a dialogar consigo mismo.
- Ven aquí para que te vea. Tengo que presentarte a alguien.
Mientras le veía hablar con el reflejo de su yo en el agua me dije: la primera y última vez que cedo a hacer algo que no me atrae. Éste tío está loco.
De repente, empezó a recoger el sedal mientras seguía hablándole al río. Yo me mantenía en mi búsqueda del tal Miguel con la esperanza de poder empezar a comer en breve.
- Miguel! - exclamó
Me di la vuelta para ver a ver al tal Miguel, pero para sorpresa mía vi un ejemplar enorme de pez, que al no entender, sólo puedo tratar de describirlo como un tiburón pequeño con cara de delfín.
- Ven a saludar - le dijo una vez lo tuvo a su alcance.
- Vamos a tener comida para un par de días - alegue
- A Miguel no se le cocina. Es un pez vivo, no muerto
- Ah!, pues nos vamos a perder un buen pescado - esto me pasa por ir con gente que pone nombres a los peces, pensé - Y por cierto, cómo sabes que éste es tu Miguel?, si todos los peces son iguales.
- Porque he aprendido a diferenciar los peces. Aunque no te lo creas no todos los peces son iguales.
- Sí, pasa lo mismo con las hormigas. Tenía un amigo que les ponía nombre. Acabo en el psiquiátrico.
- Muy gracioso.
- Y se puede saber para qué has pescado al famoso Miguel? No lo entiendo.
- Estás casado?
- Divorciado
- Tienes pareja?
- No.
- Muy bien, para cuando la tengas. Toma nota: a tu pareja un buen día la sacarás del río de la vida a través del anzuelo de la atracción para decirla que estás aquí y que quieres conocerla: la pescaste, pero si la das muerte y la cocinas con el único fin de saciar el voraz apetito de tu personaje de macho conquistador que biologicamente y de forma instintiva todos los hombres llevamos dentro, sólo la habrás disfrutado momentáneamente, es decir, sólo habrás disfrutado de su compañía unos días, unos meses, unos años; es mejor por tanto devolverla al río de la vida y disfrutar de ella y a su lado viéndola crecer.
Si es tu pez volverá a ti cada vez que tú vuelvas a él; por éso puedo reconocer a Miguel, y él a mi, entre un millón de peces; porque él es mi pez y yo el hombre que lo pescó, no el hombre que le dio caza y se lo comió. Entiendes?
- Qué haces! - exclame viendo que se quería desprender de semejante ejemplar arrojandolo al río - Lo vas a devolver al río?
- Es que le pertenece al río, no a mi. Todavía no has entendido nada de lo que te acabo de decir.
Aquella noche me fui a la cama pensando en Miguel.
A la mañana siguiente me desperté con una sensación nueva y un firme propósito: tenía que deshacerme de mi vieja caña de pescar (mi vieja manera de pensar) y encontrar a ésa mujer: mi "Miguel", simplemente para acompañarla, y viéndola crecer, crecer juntos.
Buena pesca.
Rafael Santamaría