martes, 25 de junio de 2013

LA MUERTE NO ES EL FINAL; original de Rafael Santamaría

¿A quién recurres cuando te estás muriendo?
Los médicos salvan vidas cuando está en sus manos el poder salvarlas, pero cuando te estás muriendo, ¿a quién puedes recurrir?
En estas situaciones siempre te encuentras con alguien que te cuenta la maravillosa historia de un conocido suyo que gracias a un prodigio inexplicable llamado milagro un pariente cercano volvió a la vida, como aquel que dice, después de que los médicos lo hubieran enterrado antes de muerto; pero la realidad es muy distinta.
Los médicos me habían dicho que no había solución. Que moriría en cualquier momento. Que debía estar preparado. ¿Preparado para qué? Para esto a uno nunca le enseñan a estar preparado.
No nos vamos a engañar, el dolor duele; pero la muerte..., la muerte duele mientras uno sigue vivo y sabe que va a morir; porque en verdad es una muerte mental, y acostumbrados como tenemos acostumbrada a la mente a pensar todo el rato, pensar en la muerte conlleva el consiguiente miedo a la perdida de uno mismo, considerando como uno mismo, el vehículo del cuerpo con el que el alma se mueve por este mundo.
Es muy duro oír la verdad cuando no quieres oírla porque no estas preparado para escucharla.
No hay cursos donde te preparen para ésto.
La sociedad te invita a vivir como si nunca te fueras a morir; y las escuelas, los colegios, la universidades, todos pasan por alto este mandamiento de la vida que es la muerte.
La religión habla de ello, pero quién habla de religión hoy en día en un mundo tan deshumanizado por el materialismo. Quién se acuerda de la religión, o de la moral, o de una filosofía de vida de acuerdo con unos principios éticos cuando la única información que te llega son los recibos y las facturas que tienes que pagar a final de mes si quieres estar dentro del sistema.
Sólo la vida misma, a través de sus duras lecciones prepara, al que se toma la molestia de aprender, que la muerte forma parte inseparable de la vida en este mundo.
Habiéndome enseñado como me habían enseñado que la muerte era el final; cada día me mentalizaba que de que cada vez me quedaba menos tiempo. Sin embargo, nadie me había enseñado a valorar tanto mi tiempo como la misma muerte.
Vives de manera intensa cada minuto extra que te concede la vida en esa prorroga que le pides constantemente a la muerte.
Aunque los cada vez más constantes dolores de tu enfermedad te recuerdan una y otra vez que te estás muriendo, el lado positivo de poder sentirlos es que aún estás vivo.
Te aferras a esta vida aunque sea a través del dolor, porque descubres que en parte la vida es dolor; ya que para el que tan sólo tiene una conciencia de sí mismo corpórea, si no te duele nada, muy probablemente sea por que estés muerto.
Una cosa que jamás me había parado a observar era como se alimentaba mi cuerpo a través de la respiración, y como el supuesto insípido e infravalorado aire era lo que sostenía mi cuerpo con vida. Pues me podía faltar de todo menos aire; ya que  la falta de aire producía en mi una experiencia tan cercana a la muerte como la misma muerte.
Deduje que mi respiración era lo que me mantenía con vida; así que me propuse tener en todo momento consciencia de mi respiración para estar siempre lo más vivo posible, y así llegar a apreciar tan intensamente como pudiera la vida.
Una noche, mientras tenía puesta mi consciencia en la respiración, soñé por un instante que era aire; el mismo aire que inhalaba y que me mantenía vivo. Al despertar, aunque había sido mi mejor sueño, no sabia si estaba vivo o muerto.
La enfermera que me trajo el desayuno fue la que me despertó de aquel sueño.
-El desayuno ¿Cómo está esta mañana?
-¿Estoy vivo?
-Yo creo que sí, si estamos hablando es que esta vivo ¿no cree?
-Podría ser un sueño.
-¿Quiere que le pellizque?
-No.
-No se preocupe, está en las mejores manos.
-¿Qué quiere decir con eso?
-Que está en manos de Dios.  Dese cuenta de que siempre lo estuvo; de que ahora lo está; y de que siempre lo estará.  Es así, y siempre será así.
-Usted no es la que viene siempre…, ¿dónde está la enfermera que viene siempre a traerme el desayuno? Estoy muerto, ¿verdad?
No pude sino salir de la cama y recorrer los pasillos intentando encontrar un significado a las palabras de aquella enfermera.
Llegue al control de enfermería del final del pasillo.
-¿Qué hace levantado?, son las tres y media de la mañana ¿Se encuentra bien? ¿quiere algo?-me preguntó la enfermera del control de enfermería.
- ¿Y el desayuno?
-Todavía no es la hora del desayuno. Ha tenido una pesadilla. Venga, le acompañaré a su habitación.
Efectivamente, había sido un sueño; un sueño muy real, o una pesadilla muy real.
Tanto me impactaron las palabras de la enfermera de mi sueño, que sólo quería volver hablar con ella; pero no sabía cómo. Dormía y soñaba, pero no soñaba con ella; o ella no venía a mis sueños. O quizá fuera por la medicación que me habían puesto para dormir.
Los días pasaban, y los dolores eran cada vez más intensos. La muerte se estaba acercando sigilosamente.
Se me ocurrió la idea de volver a tomar consciencia de mi respiración hasta llegar a convertirme en el mismo aire que respiraba, es decir, volver a soñar que era aire; ya que si fue así como la conocí, puede que fuera así como volviera a hablar con ella. Y así fue:
-El desayuno ¿cómo está esta mañana?
-Bien, estoy bien ¿Qué hora es?
-¿La hora del desayuno?
Miré el reloj de la mesilla, eran las tres y media; la misma hora del otro día.
-¿Dónde estoy?
-En el hospital.
-¿En el hospital del cielo? – quería saber qué estaba pasando.
-En el cielo no hacen falta hospitales. Despierta -Entonces me dio un golpe seco en el pecho; como a mitad del esternón. La respiración se me entrecortó, y parecío que me quedase sin aire.
-No puedo respirar.
-Pero qué dices, si llevas todo el tiempo sin respirar. ¡Despierta!
Yo insistía
-¡No puedo respirar!, ¡ayúdame!
Entonces, me dio de nuevo otro golpe en el pecho; en el mismo sitio.
Me quede sin aliento. Los ojos se me abrieron de tal forma que podía ver arriba, abajo, a izquierda, a derecha, atrás, y adelante. Tome conciencia de mi mismo; es decir, del Yo que no respira.
Me vi en la cama durmiendo.
-¿Ese soy yo?- la pregunté
-Ese es tu cuerpo; Tú eres el que ahora y siempre observa; como ahora, que te encuentras observando tu cuerpo.
- ¿Estoy muerto?
-Al contrario, estás más vivo que nunca. Eres consciente de Ti mismo. Observa.
-¿Me voy a morir?
-El de ahí abajo, seguro; Tú, jamás.
-Pero yo quiero estar ahí abajo; yo quiero ser ese.
-Ser algo que no eres conlleva el riesgo de acabar no sabiendo bien quién eres.
-¿Cómo puedo salir de este sueño?
- Respira; si respiras volverás a la vida.
Y así fue como volví a la “vida”.
No conté a nadie lo sucedido; tampoco hizo falta. Por la mañana los médicos me hicieron todo tipo de pruebas. La maquina a la que estaba enchufado había detectado que se me había parado el corazón entre las tres y media y las cuatro de la mañana.
No sacaron otra conclusión que que me estaba muriendo. Así se lo dijeron a mi familia.
La noche del veintitrés de diciembre, no sé por qué escogí esa fecha, o si la escogí yo o ya estaba escogida, después de haber salido de mi cuerpo en doce ocasiones, abandoné voluntariamente mi cuerpo al tomar conciencia de mi respiración y soñar que era aire; el mismo aire que respiraba y que me daba la vida.
A todos los efectos, la causa de mi muerte no fue debida a mi enfermedad, sino a un paro cardiáco como consecuencia del debilitamiento de mi corazón, el cual no pudo aguantar más el castigo que suponía para mi cuerpo la enfermedad que soportaba.
La causa real de mi “muerte física”: la toma de conciencia de que no sólo era un cuerpo.
Ahora que sé lo que es la vida y la muerte, ahora por fin lo entiendo todo.

Kriya yogui Rafael Santamaría

sábado, 22 de junio de 2013

EL AMOR DE MI VIDA; original de Rafael Santamaría

Eran tantas las veces que le había visto allí sentado; siempre de la misma forma. En el mismo sitio y a la misma hora. Sin moverse. Con la mirada perdida en el infinito, cómo esperando a alguien o a algo que no acababa de llegar; y que parecería que nunca iba a llegar por como mantenía cada día la misma postura, la misma actitud, y el mismo anhelo. Su rostro, imparcial al paso de los años, siempre... mostraba el mismo gesto hiciese frío, calor, o lloviese. Era increíble. 
Al menos llevaba así cinco años; los mismos cinco años que llevaba yo trabajando para la nueva firma de abogados.
Cuánta curiosidad me despertaba aquel hombre.
Un día que iba con tiempo me quede mirándole, pero no le dije nada; me imponía demasiado respeto. 
Pasaron los días, y aquel hombre, como de costumbre, seguía allí. Nada cambiaba en aquel paisaje, nada.
La mañana del veinticinco de mayo del mismo año en que nació mi hija, nunca se me olvidará, llegaba tarde al trabajo. 
No oi el despertador, habíamos pasado mala noche. 
Iba corriendo, mirando la hora a la vez que recordaba los asuntos que debía abordar esa misma mañana. Al pasar por el mismo sitio de todos los días eché en falta algo, pero no caí en la cuenta hasta que no llegué al despacho. Me miré los bolsillos. Lo tenia todo. Entonces, qué era?. El señor, el señor del parque!- exclamé. Miré por la ventana, pero desde mi ventana no se podía ver el lugar donde aquel hombre cada día permanencia allí sentado durante horas.
Rápidamente encontré una excusa para ausentarme de mi trabajo y salir en su búsqueda (mi hija) 
Recorrí el parque, sus alrededores, hasta pregunté; pero nada.
Le había perdido. Habría muerto?, me pregunté.
Los días pasaban, y la noble figura de aquel hombre seguía sin aparecer. 
Algo le pasaba a mi corazón, pero no sabía el qué. 
En principio no tenía porque pasarle nada. Todo era perfecto, todo, menos la estampa de cada mañana al cruzar por el parque camino del trabajo; pues esa, esa ya no estaba. 
Me iba apagando, lo notaba. Y lo malo es que no podía hacer nada.
Hasta me había llegado a sentar por unas horas en el mismo sitio donde aquel hombre se solía sentar; pero nada. El vacío se hacia cada vez más y más grande.
Llegaba con un par de horas de retraso con respecto a mi hora habitual, pues venia de defender a mi cliente en un juicio. Era la mañana antes de Navidad.
Cristina, mi secretaria, me dijo que había una persona esperándome en mi despacho desde primera hora de la mañana.
-Dice que te conoce- 
Quién será?, me pregunte.
El misterioso hombre del parque! - exclamé para mis adentros- y con la mayor naturalidad que pude fingí no sorprenderme de verle. Estaba tan feliz. Mi vida de nuevo tenía sentido.
-Usted dirá- le dije mientras me sentaba.
-He venido a verte.
-Cómo dice?
-Que he venido a verte.
No supe qué decir.
-Ah!, muy bien.
-Me fui, es cierto; pero sentí que debía de haberme despedido de ti antes de irme. Y aquí estoy.
-Pues..., pues que bien.
-Me voy. Adiós.
Y cuando se levantaba para irse.
-Espere!, - grite cogiéndole del brazo - no se vaya por favor. Todavía no.
-Esta bien.
El hombre se sentó, y tras un largo silencio me atreví a preguntarle:
-Quién es usted?
-Y eso importa?
-No, claro que no.
-Pero, que hacia todas las mañanas en el parque?
-Para qué lo quieres saber?
-La verdad, no lo sé, es una pregunta que me hecho a mismo desde la primera vez que le vi.
-Esperar el amor de mi vida.
-Cómo!- Me dejó boquiabierto - me está vacilando?
-Por qué te iba a vacilar? Llevo cincuenta y tres años esperando.
-Y lo ha encontrado?
-En verdad, EL me encontró a mi. Hijo mío, no escojas a quién amar, mejor deja que el amor te escoja a ti.
Y dicho aquello, aquel hombre desapareció de mi vida.
Que qué quiso decirme...?, todas las mañanas cuando cruzo por el parque me hago a mi mismo esa misma pregunta; aunque creo que la respuesta está en silencio que anida en el interior de cada uno. 
Por cierto, nadie más ocupo aquel sitio; su sitio en aquel banco. Ni tan siquiera yo. Pues aunque está vació, algo te dice siempre que está ocupado. Creo que él sigue allí, en el mismo sitio donde le conocí, en el mismo sitio donde conoció el amor de su vida; pues aunque no le pueda ver, le puedo sentir: es Él; soy yo.
kriya yogui Rafael Santamaría

jueves, 20 de junio de 2013

"CUANDO LA INTUICION ILUMINA LA CONCIENCIA DEL HOMBRE, EL HOMBRE SE ILUMINA"; original de Rafael Santamaría

Todo lo que existe en el mundo tiene su coherencia su inteligencia y su orden; y esa coherencia, esa inteligencia y ese orden, es la que da sentido a la vida.
Todo lo que está vivo en este mundo es gracias a su existencia. Esa existencia es debida a aquello por lo que se existe, o aquello que lo hace existir.
Por ejemplo: Una piedra no tiene pulso porque no tiene corazón, pero está viva porque existe; si no existiera, no tendría vida.
El pulso, el latir de toda existencia, es la vibración con la vibra.
Todo vibra, y todo está en constante vibración.
Así pues, no todo lo que está vivo necesariamente necesita de un corazón y sus vasos sanguíneos para vivir. Hay otro tipo de vida que no está inseparablemente unida o ligada a la condición de respirar o al latir del corazón.
Los pensamientos tienen vida porque existen; aquel que los formula es el artífice de su vida, de su existencia. Se materializan dando forma a ese pensamiento, cuando ese pensamiento toma forma.
El conjunto de los pensamientos da origen a la existencia del mundo de las ideas; un mundo aparentemente intangible salvo cuando se accede a él a través de los pensamientos.
El mundo de la ideas tiene su fundamento en el origen del pensamiento; más no está tanto su origen en aquel que piensa, sino, y más bien, en la causa primera de todo pensamiento que lo llevo a pensar: aquello por lo que se llega a tener ese pensamiento.
Esa causa es el Origen; el pensamiento es su causa; y la idea es el cauce por el que se llega de uno a otro.
El entendimiento es el instrumento desde el cual el Conocimiento se hace comprensible; pero nada se puede hacer entendible sin el análisis de la experiencia.
En la experiencia del conocimiento de uno mismo se encuentra la sabiduría.
Cuando se comprende sin la necesidad de entender, entonces esa sabiduría se ha interiorizado. A esa sabiduría interiorizada se le llama intuición.
Cuando la intuición ilumina la conciencia del hombre, el hombre se ilumina.


kriya yogui Rafael Santamaría