miércoles, 15 de enero de 2014

APRENDIENDO A AMAR; original de Rafael Santamaría



-Maestro, por favor, enseñeme a amar.
-Acercate y ponte cómodo. Te contare una historia.

En cierta ocasión, en la corte del rey, con motivo del cincuenta cumpleaños de su majestad, llegaron a palacio un sin fin de comensales con los mejores regalos que un hombre pudiera imaginar. Bien sabido era por todos que al rey le gustaba recibir buenos regalos por el día de su cumpleaños, así que, por la cuenta que les traía, ninguno de los invitados escatimaba a la hora de agradar la vanidad de su rey si querían seguir conservando la cabeza entre sus hombros; ninguno salvo uno. Pues cuenta la historia que cuando llegó ante el rey el ultimo de los invitados al festín éste apareció aparentemente sin ningún regalo para el rey.
- ¿Y qué regalo me traéis que no lo veo ante mi?
-Majestad - dijo el hombrecillo, pues era más bien pequeño - yo os traigo amor. Ese es mi gran regalo.
-¡Cómo!-exclamó furioso- me tomáis el pelo?
-No, Majestad; es la verdad. Os traigo el mejor regalo que nadie jamás os haya podido hacer.
-¿Y dónde está?, yo no veo ninguna mujer.
-No son mujeres lo que os traigo Majestad, sino amor.
-¿Y cuál es la diferencia?
-La diferencia está en...
-¡Cortarle la cabeza!, ya he escuchado bastante; - le interrumpió el rey enojado-ese amor que me traéis no me sirve para nada.
-Lo dudo Majestad -replicó el hombrecillo.
-¡Cómo decís!
-¿Alguna vez habéis perdonado?-preguntó el hombrecillo
-¿Y para qué quiero yo perdonar a alguien?
-No podéis, no sabéis hacerlo; no tenéis amor para hacerlo. Ahora mismo habéis ordenado mi ejecución, vais a quitarme la vida, algo que podéis hacer y que puede hacer cualquiera; pero, ¿habéis probado a perdonar la vida a alguien?, no, nunca; porque no sabéis.
-¡Cortarle la cabeza! ¡Ya!-Gritó enfurecido el rey.
-Lo fácil no requiere esfuerzo Majestad, lo difícil es hacer lo que requiere el valor y la tenacidad de esforzarse. Cortarme la cabeza pues. Eso es lo fácil, Majestad.

Y tras unos segundos de silencio.

- ¡Esperad!- gritó de nuevo el rey- está bien. Decidme, ¿qué más puede hacer ése amor que decís ademas de perdonar?
-Os dará la inmortalidad.
-¿La inmortalidad? Ja,ja,ja. - rió el rey - Delirais. ¿Y cómo?
-Amando.

Tras un silencio aún más largo que el primero.

-De acuerdo. Tenéis una semana - replicó el rey.
-Una semana es poco tiempo para enseñar a amar a una persona; normalmente se tarda más de una vida.
-¿Queréis vivir? - el hombrecillo asintió con la cabeza- entonces tenéis una semana.

Durante una semana el hombrecillo siguió a su rey a todas partes esperando la oportunidad para poder mostrarle el regalo que le había hecho. Pero fue inútil. El egoísmo del monarca era infranqueable, hasta que en el séptimo día una grave enfermedad se apoderó de uno de los hijos del rey. El vástago yacía sobre su cama sin remedio alguno para su dolor y su agonía; y mientras se debatía entre la vida y la muerte, el rey mandó llamar al hombrecillo.

-Hombrecillo, aún no me has demostrado los poderes de tu amor, de mi regalo; y está noche se te acaba el tiempo que te di. Dime una cosa, ¿podría tu amor curar la enfermedad de mi hijo? Salvarías tu vida y la de él.
-Sin duda que podría. Pero no es mi amor el que necesita vuestro hijo, sino el vuestro.
-¡El mío!; pero vos habéis dicho que yo no tengo.
-Ahora es el momento de hacer uso del regalo que os traje. Sí lo tenéis. Sólo dejad que salga fuera. Dejad que se exprese.
-¡Si me estáis tomando el pelo...!
-Majestad - interrumpió el hombrecillo - confiar en mi.
-Está bien. ¿Qué tengo que hacer?
-Amarlo.
-¡¡¡Qué!!!
-Que lo améis. Amad a vuestro hijo.
-Pero!..., ¿y cómo se hace eso?
-Poneros en su piel.
-¡Queréis que le arranque la piel a mi propio hijo!
-No. Quiero que sintáis lo que él siente.
-¿Y cómo lo hago? - preguntó gruñendo el rey.
-Abriendo vuestro corazón.
-Hombrecillo...,
-Abrid vuestro corazón, Majestad.

El rey cogió el cuchillo.

-Sin el cuchillo, Majestad.
-Entonces. ¿cómo?
-A través de vuestra sensibilidad.
-¿Qué es la sensibilidad? - preguntó el rey.
-La facultad de sentir más allá de la capacidad que tienen vuestro cinco sentidos. Sentid como sufre. Sentid su dolor. Sentid como la vida se le va. Pero también sentid como se agarra a la vida. Sentid por él y con él. Ser todo sentimiento. Entonces él os sentirá.
-¿Y eso es amor?- preguntó sorprendido el rey.
-En parte sí, Majestad.
-¿Y con eso se curará?
-Si él os siente, y siente que le amáis; entonces luchará por vivir.
-¿Y vivirá?
-Eso depende de la oferta de amor que le hagáis
-¿Y cuánto amor tengo que darle para que decida luchar por vivir?
-Todo; tenéis que dárselo todo.
-Pero entonces me quedare sin nada yo.
-Al revés, Majestad; en el amor, cuanto más deis más os llenareis de más amor. No es como vuestras posesiones que si las regalais las perdéis, no. Esto no funciona así.
-¿Y lo de la inmortalidad?
-La inmortalidad sólo la alcanzareis cuando seáis todo amor.
-¿Y cuando llegare a ser todo amor?
-Cuando no tengáis otro deseo que ocupe vuestro corazón más que el de amar.
-¿Y las guerras?, tenga unas guerras que atender; debo luchar contra mis enemigos.
-Majestad, son vuestros enemigos porque no les amáis.
-Y decirme; ¿vos podéis amar a vuestros enemigos?-preguntó el rey.
-No puedo amar a mis enemigos porque no tengo enemigos.
-Me pedís demasiado, hombrecillo.
-Eso es porque no estáis acostumbrado a dar, Majestad. Dejad de hablar y salvad a vuestro hijo.

El rey permaneció durante tres días junto a su hijo encerrado en los aposentos de éste sin comer ni dormir; cuidando de su primogénito día y noche sin descanso como le había indicado que hiciera el hombrecillo. Al cuarto día el rey se desplomó ante la cama de su hijo. El oficial de la corte que vigilaba en sigilo todos los movimientos del rey, al ver la escena se acercó rápidamente a auxiliar a su majestad. Al ver que éste no respondía a sus esfuerzos por reanimarle hizo llamar al médico.

-Están muertos - constató el médico.

-Y entonces, Maestro; si en la historia muere el rey, ¿qué sentido tiene esta historia?
-Espera a que acabe de contarla. Verás...

Cuando el rey murió, él pensaba que seguía vivo.

-Hombrecillo,
-Si, Majestad.
-He curado a mi hijo - dijo el rey mostrando orgulloso a su hijo.
-Lo sé Majestad.
-Ahora bien, he perdido mi reino. Pues no veo a nadie de mi séquito por aquí. ¿Me puedes decir qué ha pasado?
-Que ha alcanzado la inmortalidad, Majestad.

El rey miró a un lado y a otro, luego se miró así mismo a través del espejo de su corazón, y descubrió que aquel reino en el que estaba era el reino de los cielos.

-Hombrecillo, has cumplido tu promesa - dijo el rey - soy inmortal.
-Siempre lo fue Majestad; siempre lo fue.

Recupera tu inmortalidad siendo de nuevo todo amor.

Rafael Santamaria

martes, 7 de enero de 2014

MENTE Y CONCIENCIA; original de Rafael Santamaria


-Cómo se abre la mente?, Maestro.
-Despertando la Conciencia.
-Y cómo se despierta la Conciencia?, Maestro
-Abriendo la mente.
-Entonces?, entonces mente y conciencia son una misma cosa?, Maestro
-No. Verás; alguien no puede entrar en una casa (conciencia) si antes otro no le abre la puerta (mente) desde dentro (introspección), pero para que alguien abra la puerta desde dentro primero ése alguien (alma) debe reconocer su existencia en el interior de la casa (tomar conciencia)
Rafael Santamaria

domingo, 5 de enero de 2014

EL DESPERTAR; original de Rafael Santamaría

                                              CONVERSACIONES CON MI MAESTRO INTERIOR
                                                         original de Rafael Santamaría 
 


                                                                CAPÍTULO PRIMERO 
     

                                                                    EL DESPERTAR





Por aquel entonces yo era un caminante sin camino, pues vagaba por las estepas de una idílica vida sin otro conocimiento que el que me habían enseñado. 
Creía que mi vida era perfecta, tan perfecta como me habían enseñado que podía ser; y acomodado mentalmente en un estatus vacío de toda búsqueda, una y otra vez me dejaba llevar por la inercia de los acontecimientos.
La vida no “despierta” a nadie, pues la vida no es un despertador; son en todo caso las experiencias que vivimos las que nos invitan a abandonar el sueño con el que nuestra alma sueña pensando que todo lo que sueña es real.
Al principio, el despertar espiritual es igual de incomodo que cuando te sacan de un sueño placentero y profundo (aún cuando la vida no sea un sueño placentero para la inmensa mayoría de las personas) Nadie quiere levantarse; nadie quiere despertar. La pereza de enfrentarse a una verdad incomoda, tan sólo porque esa Verdad no forma parte de nuestro sueño, es lo que nos invita una y otra vez a permanecer dormidos.
¿Qué es estar “dormidos”? El estar “dormido” es un estado de abandono espiritual. El alma se abandona en la personificación de que somos un cuerpo. Ella (el alma) no recuerda nada más mientras duerme, mientras se encuentra identificada con el cuerpo.
¿Cómo se produce esa identificación? A través de los sentidos. Los sentidos son los tentáculos con los que el ego mantiene inmovilizada al alma en la inercia de la vida no dejándola despertar.
Por otra parte, la mente es la que se ocupa de mantenernos dormidos; pero no es la que nos duerme. Dormimos porque no queremos despertar, no nos interesa; no nos interesa deshacernos de nuestro ego, de ése sueño de fantasía terrenal con el que hemos llegado a intimar.
Quien nos indujo a ése sueño fue nuestro ego.
Nuestro sueño es profundo, por eso es creíble para todos nosotros. Nadie cree estar dormido.
Creemos todo aquello que percibimos por los sentidos, y eso es lo que nos hace pensar que la realidad (lo real) es aquello que percibimos a través de los sentidos.
Sentidos y sensibilidad son dos cosas muy distintas.
El primero, los sentidos, es el vehículo que nos permite viajar por el mundo material. Gracias a él percibimos todas las cosas, las cuales etiquetamos dándoles un nombre. Ese nombre nos permite creer que las conocemos, y que además de creer que las conocemos las controlamos, es decir, tenemos control sobre ellas (cuando es lo contrario). De la misma manera, el hecho de creer que somos esa persona que obedece por el nombre por el que nos bautizaron nos hace pensar que nos conocemos, y por ende, que tenemos control sobre nosotros mismos.
El nombre es la etiqueta. La persona, es el producto que define esa etiqueta. El interior de ese producto, la mente, es lo que representa el producto. El alma son las tres cosas, pero verdaderamente no es ninguna de ellas. El alma es el que crea el producto, lo envasa, y lo etiqueta. Una vez que el alma cree ser su producto, el alma se convierte en su producto.
El segundo, la sensibilidad, es el pasaporte que nos permite conocer nuestro mundo espiritual. Un desarrollo de la sensibilidad nos invita a mayor progreso en nuestra espiritualidad.
El primero nos mantiene dormidos, espiritualmente hablando. El segundo, nos invita a comprender que hay algo más allá de éste mundo material.
Cualquier experiencia que sea capaz de desbloquear nuestra sensibilidad nos acerca de manera inmediata a nuestra alma.
Por otra parte, todo bloqueo, toda falta de sensibilidad, nos encierra en las mazmorras de la prisión de la carne, entendiendo por la carne, el cuerpo que habitamos.
A veces ése trauma nos despierta pero no nos mantiene despiertos; es decir, nos saca momentáneamente de nuestro sueño terrenal, como puede suceder cuando se padecen graves enfermedades, pero una vez superadas éstas, la tendencia muchas veces vuelve a ser la misma. El trauma, el estímulo, fue insuficiente.
De la misma manera, hay almas que antes de encarnarse se ven lo suficientemente preparadas como para asumir una vida terrenal sumamente difícil y compleja con la cual poder avanzar (espiritualmente hablando) en el camino de la liberación de su identificación con el ego (Por eso la vida de ciertas personas es tan dura)
Esa vida que han elegido vivir antes de venir aquí, son las experiencias de las que su alma se ha “matriculado” en éste plano terrenal para poder superarlas (obtener de ellas un aprendizaje) y avanzar.
Aún así, cuando la identificación del alma con el cuerpo es total, se nos olvida (como almas) que fuimos nosotros mismos los que elegimos voluntariamente nuestras propias lecciones, nuestros propios errores, para aprendiendo de ellos poder desprendernos de la capa mortal que nos hace invisibles a los ojos de Dios, a nuestros propios ojos.
El despertar, aún siendo algo común con lo que toda alma sueña en sus sueños más profundos, es individual y particular. Pues aún teniendo vidas paralelas, el sueño de cada uno es distinto; y al ser distinto, cada despertar es diferente.
Todos “dormidos” por conveniencia, una conveniencia que nos hace ser hipócritas. Por lo que el que “despierta”, sabiendo que un día durmió como ahora los demás duermen, debe ser respetuoso con el sueño de cada uno.
Sólo cuando el alma abre los ojos, el hombre está preparado para despertar.
¡Despierta!