viernes, 7 de agosto de 2015

UNA VEZ YO TAMBIÉN FUI UN PEZ DE PECERA; original de Rafael Santamaría

Una vez yo también fui un pez de pecera.
Los muros de la mente son como las paredes de una pecera para el pez que se ha criado en ella (que se ha dejado maniatar por ella), que piensa (nunca mejor dicho que piensa) que no hay más mundo que aquel en el que vive: su pecera, su mente.
Los que le "cuidan" y se encargan por decirlo de alguna manera de sus cuidados, (los mandatarios y gobernantes de nuestro planeta) le cambian el agua, se la ponen a la temperatura adecuada, le ponen luz artificial con la que intentan simular y sustituir la del sol (le ponen dogmas que sustituyen la verdadera Luz de la vida: el amor del alma) y le procuran comida.
Le anulan su instinto biológico de supervivencia (le atrofian sus sentidos parta poder manipularlo a su antojo), y lo domestican hasta hacerlo un pez de granja (consiguen hacer de él un borrego de masas). Pasado un tiempo (evolutivo que sucede en todas las especies) las circunstancias le invitan a ése pez a abandonar dicho hábitat, pues dichas circunstancias le invitan a reflexionar continuamente acerca del lugar donde vive llegando a la conclusión de que aunque se haya criado en él, ése: la pecera, no es su verdadero "Hogar".
Pero la todopoderosa mente le convence para que siga en ese mundo que no es el suyo: la pecera, para ello le invita a negar una y otra vez la realidad que intuye dentro si mismo a través de justificaciones y constantes huidas de "si mismo" con actos contrarios a la voluntad de su corazón y su alma (abandono de si mismo. Ya no es él).
Hasta tal punto es así que su corazón se doblega ante el poder de la mentira, y es entonces cuando empieza a pensar (un corazón que piensa no es un corazón). Atraído por la voz del pensamiento (atraído por el ego) el corazón piensa y se vuelve egoísta.
Es entonces cuando el alma que todo lo observa se retira a lo más profundo de si misma (al Ser) a la espera de que algún buzo (algún pensamiento venido de la propia intuición) la rescate del aislamiento al que la ha llevado la mente (la pecera)
El tiempo pasa, pasa tan deprisa que ya nadie se acuerda de las profundidades y todo el mundo nada (vaga por este mundo) en la superficie de lo tangible y material, porque es allí donde primeramente cae la comida (los placeres."Darles pan y circo") que suministran los pensadores (gobernantes y mandatarios) que piensan por ti
Sólo algunos que oyeron hablar de que el reino de los cielos se asemeja a un gran océano se resisten a vivir en aquella pecera aunque no sepan bien lo qué es un Océano. Éstos, se sumergen en las profundidades (meditan) y es en esos niveles profundos de conciencia donde empiezan a despertar la intuición (empiezan a bucear y como consecuencia a ser buzos) y logran así encontrar un tesoro que va más allá de lo que les han inculcado como riqueza los que hasta entonces regían sus vidas: los mandatarios, las sociedad y el ego.
Pues llegado el momento, a través de sumergirse una y otra vez en las profundidades de si mismo, éste pez es capaz de aislar las constantes vitales de su cuerpo a través del dominio de la energía (pranayama) y "haciéndose" el muerto en pleno estado de éxtasis abandona a voluntad su cuerpo físico a través del alma.
Al ver que no se mueve (en completa quietud) los dirigentes de éste planeta lo creen muerto y tirándole por el desagüe del retrete nuestro pez, en aparente estado de "muerte" (física), llega a través de las aguas residuales a un río cuyo curso acaba en el océano al que en verdad pertenece.
Una vez que nuestro pez se reencuentra con su Casa: el vasto Oceano, se encuentra como pez en el agua; y debido a ésto, despierta a la vida porque en verdad nunca estuvo muerto sino dormido en un sueño el que creyó que su verdadero mundo era aquella pecera: los pensamientos que regían su mente.
Rafael Santamaría