domingo, 5 de enero de 2014

EL DESPERTAR; original de Rafael Santamaría

                                              CONVERSACIONES CON MI MAESTRO INTERIOR
                                                         original de Rafael Santamaría 
 


                                                                CAPÍTULO PRIMERO 
     

                                                                    EL DESPERTAR





Por aquel entonces yo era un caminante sin camino, pues vagaba por las estepas de una idílica vida sin otro conocimiento que el que me habían enseñado. 
Creía que mi vida era perfecta, tan perfecta como me habían enseñado que podía ser; y acomodado mentalmente en un estatus vacío de toda búsqueda, una y otra vez me dejaba llevar por la inercia de los acontecimientos.
La vida no “despierta” a nadie, pues la vida no es un despertador; son en todo caso las experiencias que vivimos las que nos invitan a abandonar el sueño con el que nuestra alma sueña pensando que todo lo que sueña es real.
Al principio, el despertar espiritual es igual de incomodo que cuando te sacan de un sueño placentero y profundo (aún cuando la vida no sea un sueño placentero para la inmensa mayoría de las personas) Nadie quiere levantarse; nadie quiere despertar. La pereza de enfrentarse a una verdad incomoda, tan sólo porque esa Verdad no forma parte de nuestro sueño, es lo que nos invita una y otra vez a permanecer dormidos.
¿Qué es estar “dormidos”? El estar “dormido” es un estado de abandono espiritual. El alma se abandona en la personificación de que somos un cuerpo. Ella (el alma) no recuerda nada más mientras duerme, mientras se encuentra identificada con el cuerpo.
¿Cómo se produce esa identificación? A través de los sentidos. Los sentidos son los tentáculos con los que el ego mantiene inmovilizada al alma en la inercia de la vida no dejándola despertar.
Por otra parte, la mente es la que se ocupa de mantenernos dormidos; pero no es la que nos duerme. Dormimos porque no queremos despertar, no nos interesa; no nos interesa deshacernos de nuestro ego, de ése sueño de fantasía terrenal con el que hemos llegado a intimar.
Quien nos indujo a ése sueño fue nuestro ego.
Nuestro sueño es profundo, por eso es creíble para todos nosotros. Nadie cree estar dormido.
Creemos todo aquello que percibimos por los sentidos, y eso es lo que nos hace pensar que la realidad (lo real) es aquello que percibimos a través de los sentidos.
Sentidos y sensibilidad son dos cosas muy distintas.
El primero, los sentidos, es el vehículo que nos permite viajar por el mundo material. Gracias a él percibimos todas las cosas, las cuales etiquetamos dándoles un nombre. Ese nombre nos permite creer que las conocemos, y que además de creer que las conocemos las controlamos, es decir, tenemos control sobre ellas (cuando es lo contrario). De la misma manera, el hecho de creer que somos esa persona que obedece por el nombre por el que nos bautizaron nos hace pensar que nos conocemos, y por ende, que tenemos control sobre nosotros mismos.
El nombre es la etiqueta. La persona, es el producto que define esa etiqueta. El interior de ese producto, la mente, es lo que representa el producto. El alma son las tres cosas, pero verdaderamente no es ninguna de ellas. El alma es el que crea el producto, lo envasa, y lo etiqueta. Una vez que el alma cree ser su producto, el alma se convierte en su producto.
El segundo, la sensibilidad, es el pasaporte que nos permite conocer nuestro mundo espiritual. Un desarrollo de la sensibilidad nos invita a mayor progreso en nuestra espiritualidad.
El primero nos mantiene dormidos, espiritualmente hablando. El segundo, nos invita a comprender que hay algo más allá de éste mundo material.
Cualquier experiencia que sea capaz de desbloquear nuestra sensibilidad nos acerca de manera inmediata a nuestra alma.
Por otra parte, todo bloqueo, toda falta de sensibilidad, nos encierra en las mazmorras de la prisión de la carne, entendiendo por la carne, el cuerpo que habitamos.
A veces ése trauma nos despierta pero no nos mantiene despiertos; es decir, nos saca momentáneamente de nuestro sueño terrenal, como puede suceder cuando se padecen graves enfermedades, pero una vez superadas éstas, la tendencia muchas veces vuelve a ser la misma. El trauma, el estímulo, fue insuficiente.
De la misma manera, hay almas que antes de encarnarse se ven lo suficientemente preparadas como para asumir una vida terrenal sumamente difícil y compleja con la cual poder avanzar (espiritualmente hablando) en el camino de la liberación de su identificación con el ego (Por eso la vida de ciertas personas es tan dura)
Esa vida que han elegido vivir antes de venir aquí, son las experiencias de las que su alma se ha “matriculado” en éste plano terrenal para poder superarlas (obtener de ellas un aprendizaje) y avanzar.
Aún así, cuando la identificación del alma con el cuerpo es total, se nos olvida (como almas) que fuimos nosotros mismos los que elegimos voluntariamente nuestras propias lecciones, nuestros propios errores, para aprendiendo de ellos poder desprendernos de la capa mortal que nos hace invisibles a los ojos de Dios, a nuestros propios ojos.
El despertar, aún siendo algo común con lo que toda alma sueña en sus sueños más profundos, es individual y particular. Pues aún teniendo vidas paralelas, el sueño de cada uno es distinto; y al ser distinto, cada despertar es diferente.
Todos “dormidos” por conveniencia, una conveniencia que nos hace ser hipócritas. Por lo que el que “despierta”, sabiendo que un día durmió como ahora los demás duermen, debe ser respetuoso con el sueño de cada uno.
Sólo cuando el alma abre los ojos, el hombre está preparado para despertar.
¡Despierta!