viernes, 9 de agosto de 2013

APRENDIENDO DE LA VIDA; original de Rafael Santamaría

La gente piensa que el amor tiene que manifestarse a través de una relación, entendiendo por relación al descubrimiento mutuo que hacen dos personas a través del tiempo que pasan juntas; y así lo llegué a creer yo también. Pero en uno de mis viajes conocí a un hombre peculiar; peculiar porque siempre estaba feliz. Y eso me llamó muchísimo la atención, tanto, que despertó en mí el interés de conocerle mejor.  
Nunca hablaba de lugares, sino de personas. Me decía que la riqueza no estaba tanto en visitar lugares o sitios, como en visitar personas, personas que te abran el corazón. Eso sí que es enriquecedor, decía.
Un lugar transmite una energía, transmite magia, pero la persona que te abre su corazón es magia en estado puro. Claro, con una persona que te habla así, cómo no vas a querer conocerle mejor.
Lo que más me llamaba su atención era su facilidad para enamorarse. No tenía sexo con las mujeres. Sólo mantenía una estrecha relación que no duraba apenas más de, no sé, a veces horas, con ellas. Yo lo llamaba enamorarse porque nunca encontré un adjetivo mejor con el que calificarlo.
-Fíjate,- me decía- ella y yo hemos debido conocernos en otra vida anterior. Es tan fácil hablar con ella. Me tiraría horas hablando con ella, pero sólo está de paso por aquí.
Yo me quedaba atónito. Pero es que cuando se “enamoraba”, yo creo que hasta rejuvenecía. Es cierto que no tenía un trabajo sumamente estresante, pero quién no estresa hoy en día por cualquier cosa. Pero él no, él parecía vivir en otra atmosfera, respirar otro tipo de oxigeno. Parecía joven. No sé como lo hacía.
Una vez le pregunté si no echaba de menos a todas esas personas que había conocido y con las que tanto había conectado; él tan sólo me dijo: “Están en mi corazón. ¿Qué lugar hay más seguro que ese para no olvidarse de alguien a quien has amado?”
En cierta ocasión le vi regresar a la habitación donde se hospedaba con una sonrisa interior tan grande, que no pude sino preguntarle antes de entrar en mi habitación que qúe es lo que le pasaba o de dónde venía:
-¿Qué te pasa?, traes una sonrisa como si te hubiera tocado la lotería.
-Hoy Dios me ha hecho un regalo. Siempre me lo hace. De hecho esta vida es un ejemplo de ello. Pero hoy, especialmente hoy, he sido testigo directo y presencial de su Gracia.
- Pero, ¿qué ha pasado?
-La vida tiene momentos. Recuerdas que más de una vez te he comentado acerca de esas personas, hombres o mujeres, da igual, con los que conectas, y  que parecería que el tiempo no corre a su lado. ¿Esas personas que sin conocerlas parecería que las conocieses?
-Sí, lo recuerdo.
-Hoy, no ha sido como siempre. Hoy, ha sido algo más que como siempre. Dos horas, tan sólo dos horas, han bastado para saber que entre nosotros había algo, algo que nadie más que nosotros sabemos que hay. Y no te hablo de sexo. El sexo lo hubiera transformado en una aventura con un final, mejor o peor, pero con un final; y esto es eterno. No tiene final. Se ha ido. Ya no ésta. Pero es eterno.
-¿Pero qué ha pasado?
- Fíjate que esta mañana ya sabía yo que iba a conocer a alguien muy especial. Lo sentía. Sentía que iba a pasar algo fuera de lo común. Lo que no sabía era ni dónde ni cuándo. Y efectivamente, ha pasado.
-¿Pero el qué?
-Te lo cuento para que no pierdas el tiempo buscando. Date mejor la oportunidad saborear lo que encuentras, lo que la vida te brinda, que es mucho más de lo que te imaginas si estás atento. No busques. Todo viene a ti según tiene que ser.
-¡Madre mía!, ¡pero me lo quieres contar!
-Cuando dos personas ya se conocen no necesitan conocerse más. Eso ha sido todo.
-¿Eso ha sido todo? Pero eso no es nuevo en ti.
- Sí, sí lo es. He conocido mucha gente, y a muchos con los que he tratado he sentido conocerlos; pero esta vez, el sentimiento ha sido mayor, ha sido como nunca.
-¿Por qué?
-Porque esta vez no hemos hablado. No hizo falta. No teníamos nada que decirnos. Ya nos lo habíamos dicho todo al reconocernos.
-¿Y qué ha pasado?
-Se fue.
-¿Se fue? Yo creo que ahí te equivocas. No puedes dejar que se vaya alguien así.
-El amor es un regalo para que lo disfrutes, no para que te lo quedes. Y está vez tocó disfrutarlo así. Sé que para ti una relación entre dos personas va ligada a un tiempo, y que ese tiempo debe ser cada vez mayor cuanto más amor halla entre esas dos personas. Pero en verdad no tiene por qué ser así. El mayor romance de tu vida, si estas atento y eres lo suficientemente sensible,  puede durar tan sólo unos segundos. Puede ser una mirada, un beso, un adiós. No asocies el amor al tiempo, o todo lo que no tenga un valor en el tiempo carecerá de amor para ti. No asocies el amor a ningún gesto, ni a ninguna palabra, frase o comentario; ni a ninguna situación, ambiente o clima. No lo asocies con nada, simplemente vívelo. Creo que todavía tienes mucho que aprender.
Está claro que en aquel momento no digerí sus palabras, ni en aquel momento ni en mucho tiempo. Pero desde la perspectiva que da el paso de los años descubrí que aquel hombre tenía razón. Lo descubrí tras una mirada de amor de alguien que con sólo mirarme lo dijo todo; y no dijo más. Conocía aquella mirada, conocía aquellos ojos. Aunque no me diera tiempo a conocer más de ella, sabía quien era y lo que me quería decir tras esa mirada. Sólo tuvimos una mirada entre estación y estación. Pero fue suficiente. No hizo falta más.  Ahora lo entiendo. Ella se bajaba en la siguiente parada, y yo debía continuar mi viaje.
Nunca he encontrado mejor símil al amor que lo que viví en aquel momento: “Ella se bajaba en la siguiente parada, y yo debía continuar mi viaje”
Mi vida cambió para siempre tras ese breve pero intensísimo romance.
Kriya yogui Rafael Santamaría
@kriya_yogui

LA IMPORTANCIA DE DECIR LA VERDAD; original de Rafael Santamaría

Hace tiempo me tocó visitar a un amigo enfermo; al verle, le pregunté que qué tal estaba. El me dijo que bien, que se encontraba bien,
Recibía un tratamiento muy agresivo para su enfermedad, y me había llamado para ver si podía contrarrestar los efectos secundarios de dicho tratamiento.
Pero su respuesta no hacía alusión a la cara que tenía; aún así, callé y me dediqué a hacer mi trabajo para regresar, si me volvía a necesitar, cuando él dijera.
-¿Qué tal estás?-, le pregunté la siguiente vez que tuve que visitarlo.
-Bien, estoy bien - me contestó él.
Pero la fuerza en su voz se apagaba por momentos, y sus ojos, entreabiertos, apenas le dejaban ver. Yo no dije nada. Hice lo que pude. Me despedí de él, y me fui esperando su llamada.
De nuevo me llamó; y allí estuve. Está vez al verle no le quise preguntar nada, era evidente que me iba a decir lo de siempre: que estaba bien.
-¿No me vas a preguntar cómo estoy?-, me preguntó con una voz que parecía un susurro.
-No, esta vez no
-¿Por qué? – insistió.
- Siempre que vengo me dices que te encuentras bien, y no es verdad.
- ¿Y qué quieres que te diga, que me estoy muriendo?
- Simplemente la verdad.
-Pues estoy jodido, muy jodido; y ya no tengo ganas de seguir luchando. Me estoy muriendo, ¿sabes? - en ese momento se echo a llorar – ¿Ya estás contento?
-No, pero al menos me quedó tranquilo habiéndote oído decir la verdad.
-¿Y tan importante es decir la verdad? – me  preguntó entre sollozos
- Si te quieres curar sí.  Diciendo lo que dices tan sólo te engañas a ti mismo, y engañándote a ti mismo creas una contradicción entre tu organismo y tú.  Y así, difícilmente te podrás curar. Te necesitas a ti mismo para curarte,  los demás tan sólo somos pequeños guías en el camino hacia tu recuperación. No vuelvas a engañarte; nadie de los que estamos aquí contigo necesitamos oír de tus heroicidades. Di siempre la verdad, aunque no siempre sea agradable ni oírla ni decirla. No confundas nunca la mentira con intentar ser positivo.
Hubo un silencio, el cual aproveche para ponerme a trabajar. No hablamos en todo el rato que estuve allí. No hizo falta. Me fui con la incertidumbre de no saber si me volvería a llamar. Quizás había sido demasiado duro pero, fiel a mí mismo, yo debía ser el primero en decir la verdad si quería dar ejemplo para que él también la dijese.
Gracias a Dios me equivoqué, porque me volvió a llamar. Y no me llamó una vez, ni dos, ni tres, sino que me hizo ir a verle hasta que se curó.
Eso sí, cada vez que le veía y le preguntaba cómo estaba, siempre me dijo la verdad.
Kriya yogui Rafael Santamaría

@kriya_yogui