miércoles, 13 de mayo de 2015

A LOS PIES DE MI MAESTRO; original de Rafael Santamaría


En cierta ocasión me apunté a curso de como sanar tu resentimiento haciendo las paces con él. Estaba súper ilusionado. Había depositado muchas esperanzas en aquel curso.
Todo ésto fue antes de conocer de cerca las enseñanzas de Paramahansa Yogananda. La justificación de porque genere tantas expectativas fue que me habían hablado maravillas de aquel curso y de la persona que lo daba.
Recuerdo aquella mañana, era sábado. Yo estaba sentado al final de una gran sala (que por cierto, estaba prácticamente llena) en una de esas sillas que tienen para apoyarse y escribir, escuchando hablar a la mujer que dirigía aquel seminario.
Como siempre acudí solo a aquel curso. Supongo que mi forma de madurar me derivó por caminos distintos a los de mis amigos de la infancia, y a los compañeros que había conocido en otros cursos más orientados en un aspecto físico de la sanación con los que había llegado a establecer una cierta amistad, nunca me atreví a proponerles que me acompañarán a seminarios como aquel.
En su presentación el tono de aquella mujer era una melodía para nuestros oídos. Sus palabras, cargadas de simpatía, ejercían un fuerte efecto sanador en cada uno de nosotros. Todo era perfecto. Me encontraba a gusto. Empezaba a confiar en ella. Y había ido porque tenía mucho que sanar.
La primera vez que pidió un voluntario no salí, bueno no salí ni la primera ni la segunda vez; debe ser que a la tercera va la vencida, porque a la tercera vez que pidió un voluntario para demostrar (creo recordar) la manifestación psicosomatica de un tipo de emoción en el cuerpo me escogió a mi.
- Tú, el del final; el de la camiseta negra - evidentemente ni mi inmute (yo era el de la camiseta negra) Intente disimular para hacerme el despistado y que cambiará así de "conejillo de indias" - el que no se quiere dar por aludido, (yo?) si tú; quieres salir?
Evidentemente no podía negarme, así que tuve que salir. Menos mal que no era la primera vez que tenia que salir a la palestra, y la experiencia es un grado.
Tras una introducción a lo que iba a hacerme, la cual no recuerdo bien, me testo kinesologicamente (éso si lo recuerdo) y dijo:
- Aquí - refiriéndose a mi hombro derecho - y aquí - y a mi muñeca izquierda - Te duelen?
- No que yo sepa - contesté.
- Veis. "No que yo sepa" Él no es consciente de su dolor, de su ira acumulada - que tía!, pensé; quedándome asombrado - pero tenerla la tiene. Y por qué crees que no eres consciente de tu dolor?
Sabia que si respondía sin pensar mi respuesta estaría cargada de ego, así que preferí guardar silencio hasta que me viniera una respuesta digna de la interlocutora que tenía en frente.
- No sabes? - me preguntó. Creo que mi silencio le precipitó a preguntarme.
Entonces, una respuesta como venida de dentro, sobrepasó el umbral de mi silencio.
- No me conozco. Por eso no sé.
- No te conoces? Vamos a ver, no sabes quien eres pero sin embargo has decidido venir hasta aquí? - me preguntó.
- No, no me conozco. - contesté; y como venido a más, es decir, "crecido"; proseguí - y mi desconocimiento sobre mi naturaleza esencial, sobre mi mismo, intuyo yo que es lo que me crea ésas disputas internas que proyecto enemistandome con la gente que me rodea. Y es esa enemistad con esa parte de mi que hay en los demás la que me genera un resentimiento, un dolor, un malestar conmigo mismo debido a que existe una disyuntiva, una diferencia de opiniones por lo que hago y cómo lo hago, entre mi yo: el que desconozco, y el yo que me hace ser todo un desconocido para mi verdadero yo. Y he venido hasta aquí traído por un yo que desconozco, el mismo yo que quiero conocer, y por un resentimiento que quiero sanar conociéndole.
El silencio se apropió de la sala. Fui consciente de él. Nadie hablaba. Mantuve la mirada fija al frente y esperé a que ella dijera algo.
- Hijo - es cierto que podía ser mi madre - creo que este curso no es para ti.
No pregunté el por qué. Aún me encontraba bajo la hipnosis de mis propias palabras.
- Has pagado? - me preguntó.
- No. Cuando llegué había mucha cola en secretaria y una chica me ha dicho que pagara en el descanso.
- Pues no pagues. Devuelve el material en secretaria y diles que te he dicho yo que no pagases.
Y así hice.
No miré ni quise ver a nadie para "no ser visto" mientras recogía mis cosas y abandonaba aquella sala. Tenía vergüenza.
No sé si aquel día sane o no sane algo, lo que si sé es que poco más tarde el Maestro a través de una imagen me llamó.
Era la segunda vez que veía a aquella imagen (el retrato que aparece de él en su libro de Autobiografía de un Yogui) Pero no sería hasta mi tercera visualización de aquella imagen cuando me decidiría a comprar el libro con el que Paramahansa Yogananda muestra al mundo su reveladora vida llena de inmortales enseñanzas.
Según me cuentan el día que compré aquel libro llegué a casa con una sonrisa que entiendo que hoy en día sólo la sigue viendo aquel que no se fija en el color de mis ojos, sino en la expresión de mi mirada, una mirada que sólo puede ver el que no enfoca su atención sobre lo que piensa de mi (sobre lo que le invita a juzgar u opinar su ego de mi)
Antes pensaba que nosotros elegimos nuestro propio camino, pero creo que de alguna manera que no sabría explicar, es el camino el que nos elige a nosotros.
Rafael Santamaría