martes, 2 de noviembre de 2010

EL REY,LA ESPADA, Y EL AMOR DE UN HERRERO; original de Rafael Santamaría

Quien empuña la VERDAD, no necesita de espada.
A vosotros:

"Hasta el reino perdido del corazón, hace ahora muchos años, un hombre llegó invocando la oración del amor. Aquel hombre amaba a una mujer, pero aquella mujer estaba desposada con el soberano del reino. Y aunque su amor era profundo y verdadero, aquella mujer ni tan siquiera sabía que aquel hombre existía.
Una mañana, aquel hombre, fue llamado a presencia del Rey por su destreza en el arte del fundido del hierro, pues como herrero había conseguido forjar las mejores armas del reino. El Rey le pidió que le hicera la mejor espada que jamás hombre alguno hubiera portado sobre la faz de la tierra. Y aquel herrero, forjó del metal más preciado, la espada más pefecta que nunca hasta entonces los ojos del hombre habían visto. Cuando la hubo terminado se la llevó al Rey, y éste, al verla, quedó tan impresionado que se quedó sin palabras. Y mientras el Rey observaba aquella espada, el herrero le desveló el secreto de aquel acero.
- Majestad, - dijo el herrero - permitidme deciros que la espada que para vos he fraguado es letal, tan letal, que ni el más valeroso de vuestros enemigos, al verla, se batirá en pugna alguna contra vos. Pero he de deciros majestad, que para conseguir tales efectos en  ella, no sólo empleé los mejores metales; también majestad, invoqué al Dios de la guerra y al Dios de la muerte, y sobre la espada que levantan ahora vuestras manos, no sólo pesa por la fuerza que necesitáis para izarla, pesa también en ella el hechizo de la guerra y la destrucción. Así pues majestad, una única advertencia: habéis de saber que con ella  podréis dar muerte a todo aquel que albergue odio en sus entrañas, pero tened cuidado con el que es noble de corazón, pues ante ese, vuestra espada será tan vulnerable como cualquier otra.
- Como se nota que no habéis lidiado batalla alguna, -replicó el Rey - pues en ellas no hay oponente que no desee la muerte de su contrincante. El odio siempre reina entre los que se baten a muerte. No temáis pues por vuestro consejo, pues la nobleza es un título, no un arte que se emplee en contienda alguna. Y decidme, ¿qué queréis a cambio de tan preciado metal?
- Lo que yo deseo vos no podéis darmelo sin renunciar antes a vuestro mayor tesoro, así pues, pagadme en oro lo que de otra manera no podrías pagarme.
- ¿A qué tesoro de los que poseo os referís?
- A vuestra Reina.
Y al decir esto, el Rey se enojó tanto, que haciendo uso de su nueva espada, le cortó la cabeza de un sólo golpe por osado.
La cabeza de aquel herrero rodó hasta los pies de la Reina, que al mirarla fijamente, comprendió el significado de la pasión del amor: una cabeza desbocada que sin más lógica que sus sentimientos, no duda en ponerse a los pies de la persona amada por amor.
Y al enfundar el Rey la espada, éste también compredió el hechizo que pesaba sobre aquel metal, pues de todos fue sabido, que aquella espada sólo pudo quitar la vida de aquel noble corazón que perdió la cabeza por amor, pero lo que no pudo, es borrar la verdad del amor que yacia en su corazón.
Y aunque por mucho tiempo aquella Reina se mantuvo al lado de aquel Rey, nunca existió antes tanta distancia entre dos personas que ni el roce de la convivencia pudo mediar en su reconciliación.
El Rey murió solo aún estando su Reina al lado. Pero es que la compañía engaña cuando la soledad es la que acompaña. Y aquel Rey fue enterrado junto a su espada, y con ella murió un Rey que vivió lejos de la mujer amada, aún teniéndola cautiva en su morada.
Y de aquella Reina se cuenta que aunque a su muerte fue enterrada al lado del Rey, hacía ya años, tantos como aquel herrero declaró su amor por ella, que su tumba yacía junto a la del hombre que forjó el amor que le daría sentido a su vida.
Y cuenta el saber popular, que desde entonces, no hay hombre sobre la faz de la tierra que no haya perdido la cabeza por amor, ni mujer, que sin amor, no haya vivido fingiendo ser amada"

Rafael Santamaría
senseirsan@gmail.com
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