jueves, 11 de septiembre de 2014

EL PASEO; original de Rafael Santamaría



En cierta ocasión, hace ya muchos años, al terminar mi jornada me fui a pasear; era pronto, y me podía permitir el lujo de volver andando; aún así, busqué la excusa de decir que tenia que ir a hacer un recado para salir de mi rutina y darme aquel paseo.
Al principio caminé sin saber hacia dónde caminaba, me recordaba a los primeros años de mi vida adolescente; luego, me dejé llevar sobre mis propios pasos sin saber a dónde me dirigía (seguía recordándome a mi vida) para acabar caminando por inercia. Entonces buscando un banco me pare, me pare para sentarme y meditar hacia donde quería llevar mis pasos (los pasos de mi vida), es decir, cuál era la dirección exacta de la excusa de aquel paseo. Y cuando la supe, me incorporé y me puse a caminar de nuevo. Tome rumbo hacia una tienda aunque sabia de antemano que por la hora que era estaría cerrada cuando llegará. Pero lo importante era el paseo; lo importante era salir de la rutina.
Al principio empecé a caminar pensando, pero siempre pensaba en lo mismo; y para estar pensando en lo mismo que pensaba todos los días no había tomado yo la determinación de darme aquel paseo, así que dejé de pensar. Entonces me fijé en el paisaje que me acompañaba, él consiguió distraer mi atención lo suficiente como para hacerme olvidar todos mis pensamientos.
Mientras caminaba deleitandome la vista con aquel paisaje nuevo para mi conocí a alguien, a alguien que decía ser yo, pero que yo no reconocía cómo yo. Empezamos a hablar, más bien él hablaba y yo escuchaba, y al final acabamos intimando. Me habló de mi, de mis verdaderos sentimientos; de mis sueños escondidos, y de mis miedos. Aquel "tipo" me conocía muy bien, parecía uno de esos videntes que te describen cómo eres con sólo ver tu palma de la mano. Yo le escuchaba como cuando oyes narrar a alguien sus extraordinarias "hazañas" para abrirse paso en la vida. Me contaba cosas a las que no daba crédito pero que sin embargo sabia que eran verdad. Me sorprendía oírle, a la vez que me entristecia; "por qué no te habría escuchado antes", llegué a pensar más de una vez; pero supongo que él (quién quisiera que fuera él) siempre estuvo ahí, en mi corazón, sólo que yo, no siempre estuve allí: en mi corazón.
Al reconocer sus palabras como ciertas acepte la verdad de mi vida y de mi propio ser, fue entonces cuando noté como el corazón me empezó a latir de nuevo. Aquel latir supuso un nuevo bautismo en mi vida. Fue como una segunda oportunidad.
Al llegar a casa, tome prestado de mi memoria los momentos más importantes de aquel paseo, y por lo que recordaba de aquella conversación me di cuenta que había estado hablando conmigo mismo.
Por primera vez en mi vida me había escuchado sin juzgarme, gracias a aquello, se me brindó (me di) la oportunidad de empezar a conocerme.
Más tarde, mucho más tarde, entendí que quién escucha sin juzgar a alguien está amando a la persona a la que escucha; de lo que deduje que aquél día, en aquel paseo, empecé por fin a amarme de nuevo.
Ahora cada vez que paseo ya no hablo solo, pues reconozco en mi esa voz que me habla; que no es otra voz que la mía cuando consigo escucharme a mismo.
Rafael Santamaría