Eran tantas las veces que le había visto
allí sentado; siempre de la misma forma. En el mismo sitio y a la misma hora.
Sin moverse. Con la mirada perdida en el infinito, cómo esperando a alguien o a
algo que no acababa de llegar; y que parecería que nunca iba a llegar por como
mantenía cada día la misma postura, la misma actitud, y el mismo anhelo. Su
rostro, imparcial al paso de los años, siempre... mostraba el
mismo gesto hiciese frío, calor, o lloviese. Era increíble.
Al menos llevaba
así cinco años; los mismos cinco años que llevaba yo trabajando para la nueva
firma de abogados.
Cuánta curiosidad me despertaba aquel hombre.
Un día
que iba con tiempo me quede mirándole, pero no le dije nada; me imponía
demasiado respeto.
Pasaron los días, y aquel hombre, como de costumbre,
seguía allí. Nada cambiaba en aquel paisaje, nada.
La mañana del veinticinco
de mayo del mismo año en que nació mi hija, nunca se me olvidará, llegaba tarde
al trabajo.
No oi el despertador, habíamos pasado mala noche.
Iba
corriendo, mirando la hora a la vez que recordaba los asuntos que debía abordar
esa misma mañana. Al pasar por el mismo sitio de todos los días eché en falta
algo, pero no caí en la cuenta hasta que no llegué al despacho. Me miré los
bolsillos. Lo tenia todo. Entonces, qué era?. El señor, el señor del parque!-
exclamé. Miré por la ventana, pero desde mi ventana no se podía ver el lugar
donde aquel hombre cada día permanencia allí sentado durante
horas.
Rápidamente encontré una excusa para ausentarme de mi trabajo y salir
en su búsqueda (mi hija)
Recorrí el parque, sus alrededores, hasta pregunté;
pero nada.
Le había perdido. Habría muerto?, me pregunté.
Los días
pasaban, y la noble figura de aquel hombre seguía sin aparecer.
Algo le
pasaba a mi corazón, pero no sabía el qué.
En principio no tenía porque
pasarle nada. Todo era perfecto, todo, menos la estampa de cada mañana al cruzar
por el parque camino del trabajo; pues esa, esa ya no estaba.
Me iba
apagando, lo notaba. Y lo malo es que no podía hacer nada.
Hasta me había
llegado a sentar por unas horas en el mismo sitio donde aquel hombre se solía
sentar; pero nada. El vacío se hacia cada vez más y más grande.
Llegaba con
un par de horas de retraso con respecto a mi hora habitual, pues venia de
defender a mi cliente en un juicio. Era la mañana antes de Navidad.
Cristina,
mi secretaria, me dijo que había una persona esperándome en mi despacho desde
primera hora de la mañana.
-Dice que te conoce-
Quién será?, me
pregunte.
El misterioso hombre del parque! - exclamé para mis adentros- y con
la mayor naturalidad que pude fingí no sorprenderme de verle. Estaba tan feliz.
Mi vida de nuevo tenía sentido.
-Usted dirá- le dije mientras me
sentaba.
-He venido a verte.
-Cómo dice?
-Que he venido a verte.
No
supe qué decir.
-Ah!, muy bien.
-Me fui, es cierto; pero sentí que debía
de haberme despedido de ti antes de irme. Y aquí estoy.
-Pues..., pues que
bien.
-Me voy. Adiós.
Y cuando se levantaba para irse.
-Espere!, -
grite cogiéndole del brazo - no se vaya por favor. Todavía no.
-Esta
bien.
El hombre se sentó, y tras un largo silencio me atreví a
preguntarle:
-Quién es usted?
-Y eso importa?
-No, claro que
no.
-Pero, que hacia todas las mañanas en el parque?
-Para qué lo quieres
saber?
-La verdad, no lo sé, es una pregunta que me hecho a mismo desde la
primera vez que le vi.
-Esperar el amor de mi vida.
-Cómo!- Me dejó
boquiabierto - me está vacilando?
-Por qué te iba a vacilar? Llevo cincuenta
y tres años esperando.
-Y lo ha encontrado?
-En verdad, EL me encontró a
mi. Hijo mío, no escojas a quién amar, mejor deja que el amor te escoja a
ti.
Y dicho aquello, aquel hombre desapareció de mi vida.
Que qué quiso
decirme...?, todas las mañanas cuando cruzo por el parque me hago a mi mismo esa
misma pregunta; aunque creo que la respuesta está en silencio que anida en el
interior de cada uno.
Por cierto, nadie más ocupo aquel sitio; su sitio en
aquel banco. Ni tan siquiera yo. Pues aunque está vació, algo te dice siempre
que está ocupado. Creo que él sigue allí, en el mismo sitio donde le conocí, en
el mismo sitio donde conoció el amor de su vida; pues aunque no le pueda ver, le
puedo sentir: es Él; soy yo.
kriya yogui Rafael Santamaría