jueves, 15 de enero de 2015

NUESTROS MIEDOS; original de Rafael Santamaría

En cierta ocasión, un hombre que caminaba por el campo resbaló con tan mala suerte que cayó por un precipicio; claro está, que quien camina por sendas peligrosas se expone a que le sucedan éste tipo de cosas.
Y a punto estuvo de descalabrarse si no hubiera sido porque la fortuna quiso que quedará enganchado a una rama.
Viendo que la rama iba a ceder, aquel hombre estiró como pudo su brazo y alcanzó a agarrarse a una rama más segura y más fuerte.
Y agarrado a ésta rama aguardó pensando: "Aquí estoy seguro. Está rama aguantará hasta que aparezca alguien"
Y aunque las horas pasaron, así fue, alguien apareció.
Cómo no dejaba de pedir auxilio, sus gritos los escucharía primeramente un niño. Pero ni la fuerza de aquel infante podía sacarle, como tampoco aquel inocente crío estaba dotado de la suficiente inteligencia como para diseñar un plan de rescate.
Más tarde aparecería un anciano. Y sucedió que tampoco éste pudo ayudarle por los mismos motivos que los del niño.
Y al final paso un hombre de aspecto fornido. Había llegado su salvador.
Y cuando aquel hombre se disponía a ayudarle, nuestro protagonista observó que tenía un problema: pues para poder agarrarse a la mano del fornido hombre debía soltar primero la rama del árbol a la que estaba sujeto.
- Dame la mano! - gritó aquel fornido samaritano.
Pero los miedos de aquel hombre no le permitían soltarse de la rama.
- Y si no me cojes? - preguntaba atemorizado.
- Pero...
- Y si me resbalo...?
Parece ser que tanto tiempo había pasado sujeto a aquella rama que su mente se había envenenado de miedos, y por eso temía tanto soltar aquella rama.
- Vas a vivir toda la vida sujeto a ésa rama? - le preguntó el fornido hombre.
- Ya pasara alguien que me pueda ayudar.
- Yo soy ese alguien que te puede ayudar.
- No, tú no puedes.
Los lugareños que saben de esta historia creen que los miedos de aquel hombre eran tan fuertes: se los había llegado a creer de tal manera, que no le permitían ver ni la generosidad con la que la madre naturaleza había colmado físicamente a aquel portento de hombre para poder rescatarlo, ni como la divina providencia había enviado a aquel fornido samaritano en su ayuda.
Y así, nuestro "salvador", viendo que nada haría cambiar de parecer los miedos de aquel hombre, en vez de intentar rescatarlo decidió ir en busca de más ayuda.
Al cabo de una hora llegaría un equipo de rescate. Y lo rescató, sí. Más has de saber que aquél hombre jamás pudo soltar la rama a la que estaba sujeto: sus miedos no se lo permitieron. Tuvieron que cortar la rama para poder rescatarle.
Así son nuestros miedos.
Así son nuestros apegos.
Como la rama de aquel árbol y el miedo a soltarla.
Queremos ser libres.
Queremos que alguien nos rescate, que nos salve de nuestra miseria.
Alguien como el fornido samaritano de esta historia.
Más luego, somos incapaces de dejarnos ayudar porque en verdad nos hemos vuelto cómodos y conformistas allí dónde estamos debido a nuestros miedos, complejos e inseguridades.
Nos tienen que rescatar agarrados a "nuestra, o nuestras " ramas. Éso, si antes la muerte no nos arranca de la vida con rama (miedos) incluida.
Todo está en tu mente.
Rafael Santamaría

miércoles, 14 de enero de 2015

EL NUEVO Y SIEMPRE RENOVADO YO; original de Rafael Santamaría


Normalmente la gente está cansada de llevar la vida que lleva porque siempre lleva la misma clase de vida: es el de siempre, hace lo de siempre, y todo lo hace como siempre; hasta en los momentos en los que disfruta y se divierte, lo hace como siempre.
Muy probablemente el yo de siempre gobierne su vida sin darse cuenta.
Son predecibles, su conducta básicamente es predecible.
Son autómatas de sus registros, de la impronta que ha dejado algo de lo que aún no han aprendido de sus experiencias en el pasado: algo que aún no han resuelto con ellos mismos.
Ven la vida desde el mismo punto de vista de siempre, por eso no pueden ver las oportunidades que constantemente les está brindando la vida.
Sus quejas no disimulan su dolor, sino que lo aumentan.
Sus vías de escape, no son más que efímeros momentos con los que se engañan a si mismos para más tarde tener que retornar de nuevo a lo mismo de siempre.
Están desgastados porque el roce con lo mismo de siempre desgasta. Y envejecen, porque no hay nada nuevo en sus vidas que les haga sentir distintos al que ellos se han acostumbrado a ver que son siempre.
Crítican, para no ver lo que hacen y quedar así impunes de su falta de congruencia entre lo que piensan y sienten pero sólo hasta que el resultado de sus acciones les cita en la vida para rendir cuentas ante una conciencia libre de engaños y justificaciones.
Y así, muchas de estás personas que toman conciencia de quienes no quieren ser cuentan que quieren cambiar, pero luego no lo llevan a la práctica, pues ante situaciones cotidianas reaccionan cómo siempre: son el de siempre, y no ese nuevo yo que tanto dicen quieren ser.
El yo predecible (el que sabes como reacciona) tiene que morir para dar paso al nuevo yo (el que quieres ser)
Sí reaccionas como siempre, eres el de siempre, nada ha cambiado entonces.
Vigila tus reacciones.
Medita que haría el nuevo yo ante cada circunstancia, y da prioridad a esa intención con la que ese nuevo yo afrontaria cada situación con la que la vida te está poniendo a prueba, te está dando la oportunidad de examinarte a diario para poder saber quién eres realmente:
- Sí el viejo yo que vive inmerso en su mundo: el mundo que conoce y del cuál no quiere salir, no quiere abrir su obsoleta forma de pensar para experimentar en lo desconocido su nueva forma de ser (normalmente por miedos inculcados desde pequeño)
- O el nuevo yo, todo aquello que siempre has querido ser: desde cómo comportarte a cómo ver y vivir la vida.
Cada vez que sé cómo voy a reaccionar estoy siendo el de siempre.
Pero cada vez que me doy la oportunidad de no saber cómo voy a reaccionar estoy albergando la esperanza de ser alguien distinto al que soy siempre.
Cuando la gente te dice: se tú, lo que te está intentando decir es que no seas el de siempre, sino el que eres dentro de ti: el siempre nuevo y renovado YO.
Rafael Santamaría