Muchas veces nos imaginamos
como nos gustaría que fuera nuestra vida, a ese tipo de imaginación lo llamamos
sueño; cuando ese sueño es demasiado fantasioso lo tildamos de irreal, y cuando
ese sueño esta fuera de todo lo inimaginablemente posible lo catalogamos de enfermizo.
Lo común a estos tres tipos de sueños es la etiqueta que estamos acostumbrados a
ponerles, es decir, que lo etiquetamos todo para creer que así lo entendemos.
Si nuestros sueños son
reales para nuestra mente, ¿por qué para nosotros no? La mente se haya limitada
por conceptos (lo juzga todo y a todo lo pone una etiqueta) para de esta manera
verse incapacitada para poder desarrollar o hacer real todo lo que piensa, imagina,
o sueña. Si la mente no estuviera limitada por los conceptos, no sabríamos distinguir
donde están los límites de lo imaginario y lo real, ya que entonces ambas cosas
serían lo mismo, y como consecuencia de esto, todo sería real al ser todo un producto
de nuestra imaginación. Pero eso sería siempre contraproducente e impensable para
aquellos que quieren gobernar nuestras mentes, pues una mente libre que no se auto
limita y no está limitada acaba pensando por sí misma, y una mente que piensa por
sí misma es ingobernable; y una mente ingobernable tiene tanta o más fuerza que
las mentes que la intentan gobernar.
Es mejor entonces para
nuestros gobernantes hacer como se hace con las motocicletas, es decir, limitar
la mente a una “cilindrada” específica para que por mucho gas que se le dé, ésta
no pueda correr más de lo que se la ha limitado que corra. Cuando lo normal sería
que se nos enseñara desde pequeños a conducir la mente (motocicleta) para poder
correr a la velocidad que cada uno quisiera por la carretera de esta vida sin poner en riesgo nunca la integridad de los
demás, en vez de no sólo limitar la cilindrada de nuestra mente con miedos y otros
patrones y conductas de pensamiento adquiridos, sino que además se nos limita la
velocidad (la forma de pensar) para que como a corderos, todos pensemos, si no de
la misma manera, si de alguna manera que no sea un incordio para aquellos que intentan
controlarnos. Eso sí, para contentarnos nos habilitan autopistas que están preparadas
para correr: se nos dice una y otra vez a través de distintos medios que el potencial
de nuestra mente es infinito, pero se nos insiste que de ciento veinte no podemos
pasar: que hay cosas que no somos capaces de hacer.
Me enseñaron desde muy
temprana edad a pensar en negativo, ese el pecado original de la humanidad, ¿qué
cómo lo hicieron?, mostrándome sólo lo que hacía mal, eso es lo que me enseñaron
a ver, o en su defecto, dando más importancia a lo que hacía mal que a lo que hacía
bien. Así mi mente, por defecto, siempre de primeras pensaba lo peor (miedos); me
costó mucho trabajo cambiar dicho patrón. Es como volver a nacer. Y nadie nace dos
veces salvo aquel que quiere renacer a una nueva vida.
Rafael Santamaría