Hace mucho tiempo, vino una vez
a verme alguien con el corazón partido. Soy, o mejor dicho, cursé, osteopatía
entre otros disciplinas (aquel que
coloca los huesos en su sitio), y aunque también estudié osteopatía visceral, aquella
disciplina que devuelve a su lugar de origen las vísceras del cuerpo humano cuando éstas están descolocadas (por decirlo
de alguna manera y para que nos entendamos); y aún teniendo conocimientos acerca de otras
materias afines; reconozco que aquello me superaba.
(Omito los nombres y los
saludos que llevan implícito el nombre de las personas por respeto a la intimidad
de las mismas)
-Vengo a que me recompongas –
dijo él mientras tomaba asiento.
-Y cuéntame, ¿qué te pasa? – le
pregunté
-Me duele la vida, me pesa el
alma, y tengo el corazón hecho añicos -Un miedo me sobrecogió. Pensé: ¿y a hora
qué hago, qué le digo?, si no sé qué hacer. Esto no es lo mío. Se ha equivocado
de persona. El silencio invadió nuestra conversación –Vengo porque me han
hablado muy bien de ti.
-Ya…, pero verás, agradezco muchísimo
a la persona que te ha recomendado que vinieses que hablase muy bien de mi
pero, creo que no te voy a poder ayudar. Yo no sé cómo tratar lo que te pasa.
-¿No?
-No, lo siento. De verdad.
-¿Y entonces a quién acudo?
-No lo sé; es que no sé muy
bien lo que te pasa. Yo…
-Ya te lo dije antes cuando
entré. Me duele la vida, me pesa el alma, y tengo el corazón destrozado. Pareces
buena persona.
-Gracias.
-¿Nunca te has enamorado de
alguien? – me preguntó clavándome la mirada.
–por un momento, de mi viejo saco
de prejuicios salió un miedo injustificado, como lo son todos los miedos: ¿qué está
haciendo, querrá ligar conmigo?; me pregunté.
-Si, claro –contesté, poniendo
mi voz lo más seria que pude para marcar distancias.
-Y, ¿alguna vez ese alguien
también se enamoró de ti?
-Sí, ¿por?
-¿Y alguna vez llegaste a
pensar que esa persona estaba hecha para ti y tú para ella?
-Alguna vez pensé eso; sí. ¿y?
-Pues esa es mi pena, ese es mi
dolor. La vida me duele porque ese mismo dolor es el que me priva constantemente
de saber a dónde tengo que ir o qué es lo que tengo que hacer. Por primera vez
soy capaz de sentir mi alma, pero la siento pesada, como un bloque de hormigón que
he de llevar a cuestas; y no tengo fuerzas para llevarla, pues el corazón
apenas bombea la cantidad de sangre suficiente para esta carga tan pesada.
Su sinceridad me relajó, y
gracias a ella me guarde de seguir el instinto de mi ego a través de mis
prejuicios, dándome cuenta una vez más de que como siempre, mi ego y mis
prejuicios me habían hecho equivocarme de nuevo. No sabía que decirle. No me salían las
palabras. ¿Qué podía decirle yo si ya se lo había dicho todo él?
-Y además, la semana pasada me
despidieron – entonces fue cuando se
puso a llorar. ¿Y ahora qué hago?; me pregunté – No sé por qué te cuento todo esto.
No lo sé. ¡Dios!, estoy acabado.
-No digas eso - No sabía cómo salir de aquella, así que me
dejé llevar - ¿Y dónde está ella?
- Se ha ido.
-¿A qué te refieres con que se
ha ido?
- Que se ha ido a su país. No es
de aquí, no es española.
-¡Ah! – Menos mal, pensé; por
un momento llegué a imaginarme que cuando dijo que se había ido es que se había
muerto.
Entonces, “por arte de magia”,
todo me vino hilado.
-No llores más, que tus lágrimas
sólo empañan aún más tu dolor, y no lo limpian. – En ese momento fui testigo de cómo mi voz se volvía como un
susurro, y que esa misma voz provenía de algún sitio que no era yo, entendiendo
por yo, aquel que siempre habla o habla demasiado –Dime una cosa: ¿cuándo se
fue a su país?
- Hace dos semanas – dijo entre
sollozos
-Y hace una semana que te
quedaste sin trabajo, ¿no es así?
-Sí.
-¿Qué te ata a este lugar, a
esta ciudad? – le preguntó mi voz.
- ¿Cómo?
- Que, ¿qué te ata a este lugar, a esta ciudad?
-No sé qué quieres decir.
-¿Depende alguien de ti: tus
padres, tienes hijos?, no sé.
-No.
-Y dime una cosa, ¿crees en una
Inteligencia que lo gobierna todo bajo una perfección sin igual?
- ¿Te refieres a Dios?
- Si, podemos decir que me
refiero a Dios.
- Pues sí, creo que sí.
- Pues Dios, te está dando ahora
mismo la oportunidad de que vueles hacia donde ha marchado tu corazón. Si
tuvieras trabajo no podrías ir, o lo tendrías más complicado; pero ahora, ahora
eres libre. ¿De dónde es ella?
-De Colombia.
-¡Genial!, la Providencia te
acompaña. No sólo puedes ir a verla, sino que además, si estáis hechos el uno
para el otro te podrás quedar allí, porque conoces el idioma.
- Pero…
-¿Acaso no ves las casualidades
de la vida? Te enamoras locamente de alguien que a su vez se enamora locamente
de ti, pero ella se tiene que ir de vuelta a su país. La Divina Providencia
escucha a tu corazón y dispone que sea como tu corazón siente. El Universo se
reorganiza a tu favor y te desliga de tus compromisos con esta ciudad, con este
país, dejándote sin trabajo. ¿Acaso no ves que es perfecto?
-Pero, ¿cómo iré?; hay que
pagar el billete. Tendré que llevar un dinero.
-¿Acaso no te han indemnizado? Utiliza
ese dinero que Dios ha puesto en tu camino para hacer buen uso de él yendo allí
a donde tu corazón te lleve.
- ¿Y de qué viviré allí?
- ¿Tienes paro, no? – Él asintió
con la cabeza – entonces hasta que encuentres un trabajo, siempre podrás ir tirando con el dinero que te dé el
paro – El se quedó en blanco. No sabía qué decir.
- Tengo miedo, lo reconozco.
-El cambio siempre produce
miedo. Es lo que te han enseñado desde pequeño. Pero no es verdad. El miedo no
existe más que en tu mente. Borra de la mente tus miedos, y serás libre. No los
borres, y serás esclavo de tus miedos.
- Sigo teniendo miedo. No puedo
dejarlo todo.
-¿Qué todo?, si aquí me has
dicho que no tienes nada.
- ¿Y los amigos?
- No busques excusas. ¿Amigos?,
¿acaso van a dejar de ser amigos tuyos aquellas personas a las que tú llamas
amigos sólo porque te vas con la mujer que amas? Pues vaya amigos tienes.
- Tengo miedo, ¡no lo entiendes!
- Hace muchos años, yo también
tuve miedo, pero te voy a decir una cosa, yo fui. Conocí a una chica de un país
extranjero, parecía que estábamos hechos el uno para el otro. Y aún teniendo
más miedo que otra cosa, no quise tener que arrepentirme el día de mañana y fui.
- ¿Y qué pasó?
- Lo que te encuentras en el
camino es del camino; y en el camino a veces se queda.
- ¿Y si a mí me pasa igual?
-Entonces regresarás a tu país
de origen como lo hice yo. No desaproveches las oportunidades que la vida te
da, porque nunca sabes si la vida te la dará dos veces.
Después de un silencio que
aprovechó para serenarse…
-¿Qué te debo?
-Nada. Bueno sí, envíame una
postal desde Colombia. Sólo así sabré que hice bien mi trabajo.
Kriya yogui Rafael Santamaría
@kriya_yogui