viernes, 7 de agosto de 2020

EL AMOR DIVINO; original de Rafael Santamaría

 Mientras no te entregues por entero a Él, Él no vendrá a tí. 

Cual novio celoso, Dios espera que lo dejes todo por Él, y entonces Él, irá a tí.

Pero a diferencia de los celos de un novio, Él espera con paciencia y compasión.

No tiene prisa, y entiende que te muevan más, otros valores, otros principios, otros deseos, que Él mismo.

También sabe que mientras no conozcas su amor, jamás dejaras nada por Él, y aún así, Él espera.

Nada le inquieta, sabe, y tiene plena confianza, que al final, quien conoce su amor, vuelve a Él, y en Él reside.

Así es Él, así es su amor divino: paciente y comprensivo.

Desear cualquier cosa de este mundo antes que Dios mismo, antes que su amor, es la ignorancia en la que nos tiene sumidos el ego.

Sólo la conciencia que reside en el corazón puro de cada persona, sabe que el amor de Dios es el verdadero destino del hombre; y no la fama, ni el éxito, ni el dinero.

Dios está siempre con nosotros, pero no siempre nosotros estamos con Él, la importancia que damos a las cosas de este mundo es lo que nos aparta constantemente de Él.

Centrado en los problemas de este mundo jamás conocerás a Dios. Haz de su búsqueda lo prioritario, y todo lo demás te vendrá por añadidura.

Búscale con la misma paciencia y comprensión con la que Él ansia tu regreso, y en esa búsqueda hallarás tu camino, y al final de ese camino, a Él.

Cuando la muerte nos acecha, un breve pero conciso resumen de nuestra vida se instala en nuestros recuerdos, esos recuerdos de nuestras acciones son el pasaporte al siguiente plano evolutivo de nuestra conciencia, que en parte se desarrolla y establece en cielo, o plano astral.

No dejes que esos recuerdos estén llenos de miseria terrenal, aprovecha tu tiempo y llena cada minuto de sesenta segundos de divina búsqueda.

Lo que mueve tu vida, son tus prioridades; eligelas bien, pues ellas son en verdad el motor de tu vida.

Om shanti

Rafael Santamaría


jueves, 6 de agosto de 2020

LA QUEJA; original de Rafael Santamaría

La mayoría de la gente que se queja es el mismo tipo de gente que se cree perfecta dentro de su ingravidez emocional.

Quejarse sólo implica manifestar la rabia que cada uno lleva dentro para asentir que él muy probablemente tampoco intentará comprender la situación y/o, en su defecto, ayudará a resolverla.

A través de sus quejas reivindican que pertenecen a esa inmensa mayoría que vive cómoda en la queja, dejando en manos de otros la solución, o al menos, el intentar solucionarlo.

La queja es el argumento del ego para seguir viviendo en su propia hipocresía; la excusa, lo que define ése argumento.

Todos tienen siempre algo de que quejarse; ese es el dolor, la carga, que todos llevamos dentro. 
El ego.

Si se dan cuenta, la queja sólo proporciona infelicidad, quemazón,...; nos agota; trae consigo desesperanza, frustración; y sin embargo, la gente sigue buscando la felicidad quejándose. 

Pero la queja no es sinónimo de felicidad, sino de amargura.

Dejar de quejarse es intentar ponerse en el lugar del otro, es aceptar las circunstancias; es maniobrar el volante de la vida sin romper el eje de la dirección de nuestros sueños.

Quéjate, y sentirás el dolor de la vida.

Quéjate de tu trabajo, de tu esposo o esposa, de tu pareja, de tus padres, de tus hijos, o de tu salud, y sentirás la desgracia de ser un desgraciado debido a tus constantes quejas.

El dolor es queja, por eso el ego se podría decir que es el cuerpo dolor, y la queja, la verbalización con la que el ego define las circunstancias que le ha tocado vivir.

Quéjate, y el dolor te perseguirá de por vida.

Acepta, ponte siempre en el lugar del otro, y nada de esta vida podrá lastimarte.

Rafael Santamaría