Y es que el sujeto del Yo, al estar identificado a la idea de que: que todo lo que hace es obra suya (y no por voluntad divina en beneficio de su aprendizaje), está ligado, o mejor dicho, de esa manera se liga, o se une, inexorablemente, a sus palabras y a sus hechos; creándose para sí mismo, con ésta identificación, un encadenamiento al resultado de esas palabras y/o a esos actos.
El hombre, en éste nivel de conciencia evolutiva que está ahora, sigue todavía sujeto a la Ley de causa y efecto; o Ley del Karma.
De esta manera, el hombre queda atado a lo qué dijo y a lo qué hizo, hasta que su conciencia le desate de éste pasado.
La identificación con el cuerpo budhico, o conciencia de Dios en el hombre, ayuda a la "desparasitación" de nuestro mal karma.
El darnos cuenta de nuestros errores es la mejor manera de empezar a liberarnos de los efectos colaterales de lo que dijimos o hizimos; es la mejor manera de despertar la conciencia.
Para ello, recuerden que la conciencia no piensa; tan sólo observa.
Practiquen por tanto la observación.
Mediten.
Una vez que reconozcamos nuestros errores, debemos utilizar el discernimiento, y no la razón.
La razón es un criterio propio que utiliza la lógica de nuestro punto de vista (ego) para evadirse de tomar responsabilidades a través del argumento fácil de la justificación.
Recuerden que toda justificación lleva implícito el razonamiento o razón de "ser" de nuestra lógica o ego.
Y la lógica, la lógica con la que razonamos o justificamos nuestros errores, es un mal plagio sin fundamentos coherentes, del sentido común; no lo olviden.
El hecho de pedir perdón por aquello que dijimos o hizimos, nos empieza a liberar de la carga de nuestros errores y sus consecuencias.
Y el acto de amor de perdonarnos a nosotros mismos por habernos equivocado (la misión más compleja por otra parte, de todo éste entramado), nos acerca al misterio de la sabiduría a través de nuestro propio aprendizaje.
Esta sabiduría nos aleja cada vez más y más de nuestro mal karma (porque también hay karma bueno); así pues, cuanto más sabiduría demostremos tener con nuestros errores al aprender de ellos, menos resultados negativos kármicos obtendremos de ellos.
A nuestro Padre, que todo lo ve, no le importa la cuantía de nuestros errores, pues es conocedor de las limitaciones de nuestra naturaleza humana, sino y más bien, lo único que le importa es, qué es lo que hacemos con nuestros errores:
- Si los fortalelecemos con nuestra soberbia y orgullo justificándolos, haciendo así más grande nuestro ego; y a más ego, más lejos estamos de Dios.
- O nos damos cuenta de ellos reconociéndolos, despertando así nuestra conciencia.
Como pueden ver, conciencia y ego se contraponen, son opuestas; y en medio, están nuestros errores.
Un santo, no es más que un hombre, sujeto a la condición humana del error, que no se deja atrapar por ellos a través de la autodeterminación de intentar no volver a caer en sus errores; pero para ello cuenta:
1- con la inestimable ayuda de su tenaz fuerza de voluntad,
2- con una conciencia despierta que le hace ver dónde y cómo se equivoca,
3- y una fé en sí mismo por la que cree firmemente que ganará la batalla a su ego; ego, que por otra parte, es quien justifica todo lo que hace, cuando dicha entidad sujeta a la condición humana, yerra y se equivoca.
Y a vosotros os digo: que por mis errores sé quién soy, y que a través de ellos, pude aprender de mí gracias a mi Maestro, que con la sutil condescendencia de su amor, me mostraba mis errores, uno detrás de otro, pero sólo con el fin de que yo también los viera, reconociéndolos y admitiéndolos, y jamás con embiste, o con el ánimo de lucrar su ego "metiéndose" conmigo.
Una vez aprendes a ver tus errores, y te das cuenta que una y otra vez te equivocas, tu camino es el más certero de cuantos habías recorrido antes.
La humildad es imprescindible, pues nadie está libre de equivocarse y volver a equivocarse de nuevo.
Cuando recorran su camino, ése que es su propio aprendizaje, háganlo pues con humildad; y llegarán hasta el final del mismo.
Om Shanti
La paz sea contigo
Rafael Santamaría