-Y si dejasemos de respirar; ¿moriríamos no, Maestro?.
-No; tan sólo dejarías de respirar. Pues recuerda hijo mio, que tú alma es inmortal; y lo que nunca muere, no necesita respirar.
A vosotros:
-Maestro, ¿dónde está Dios?
-En el mismo sitio donde le dejaste la última vez, hijo mio: en tu interior. El jamás se ha movido de tu lado.
-Maestro, ¿qué es el amor?
-Nada que te pueda explicar con palabras hijo mio.
-Maestro, ¿a dónde iré cuando muera?
-Allí a donde sacaste tu billete mientras vivías.
-Maestro, ¿cómo quiere que perdone a quien me ofendió?
-Yo no quiero nada, has de quererlo tú.
-En el mismo sitio donde le dejaste la última vez, hijo mio: en tu interior. El jamás se ha movido de tu lado.
-Maestro, ¿qué es el amor?
-Nada que te pueda explicar con palabras hijo mio.
-Maestro, ¿a dónde iré cuando muera?
-Allí a donde sacaste tu billete mientras vivías.
-Maestro, ¿cómo quiere que perdone a quien me ofendió?
-Yo no quiero nada, has de quererlo tú.
-Maestro, ¿cómo puede amar a los que le odian?
-Porque para amar a los que te aman ya estás tú hijo mio.
-Porque para amar a los que te aman ya estás tú hijo mio.
-Maestro, ¿cómo sabré si mi amor es puro?
-Cuando respetes las decisiones de la persona a la que amas, aun cuando esas decisiones sean contrarias a los intereses de tus sentimientos, sabrás entonces que tu amor es puro.
-Cuando respetes las decisiones de la persona a la que amas, aun cuando esas decisiones sean contrarias a los intereses de tus sentimientos, sabrás entonces que tu amor es puro.
-Maestro, ¿por qué yo no puedo ser como vos?
-Hijo mio, la diferencia entre tú y yo la pones tú, no yo.
-Hijo mio, la diferencia entre tú y yo la pones tú, no yo.
- Maestro, ¿cómo hace para estar siempre feliz?
- Y tú, cómo haces para estar siempre amargado?
-Maestro, ¿a qué distancia está Dios del hombre?
-A la misma distancia que el hombre está de Dios.
- Y tú, cómo haces para estar siempre amargado?
-Maestro, ¿a qué distancia está Dios del hombre?
-A la misma distancia que el hombre está de Dios.
-Maestro, la mujer que amo no me ama.
-Que eso hijo mio, no sea un motivo para dejar de amarla.
- Maestro, ¿por qué Dios no me habla?
- Preguntate mejor hijo mio: por qué no puedes escucharle.
-Que eso hijo mio, no sea un motivo para dejar de amarla.
- Maestro, ¿por qué Dios no me habla?
- Preguntate mejor hijo mio: por qué no puedes escucharle.
- Maestro, por más que lo intento no consigo comprender a Dios.
- Hijo mio, de igual manera que para comprender mejor a un pez bastaría con vivir en el agua, para comprender mejor a Dios bastaría con vivir en Dios.
- Maestro, ¿cómo sabré que he encontrado la paz que busco?
- Si nunca pierdes tu sonrisa. Si nada ni nadie puede agotar tu paciencia. Si con serenidad mantienes la calma ante las situaciones adversas. Si con ecuanimidad siempre das tu punto de vista. Si sabes beber de la fuente de la amargura, aun a sabiendas de que sus aguas no calmarán tu sed de felicidad; entonces hijo mio, habrás encontrado la paz que buscas.
- Hijo mio, de igual manera que para comprender mejor a un pez bastaría con vivir en el agua, para comprender mejor a Dios bastaría con vivir en Dios.
- Maestro, ¿cómo sabré que he encontrado la paz que busco?
- Si nunca pierdes tu sonrisa. Si nada ni nadie puede agotar tu paciencia. Si con serenidad mantienes la calma ante las situaciones adversas. Si con ecuanimidad siempre das tu punto de vista. Si sabes beber de la fuente de la amargura, aun a sabiendas de que sus aguas no calmarán tu sed de felicidad; entonces hijo mio, habrás encontrado la paz que buscas.
- Maestro, a veces no entiendo bien sus palabras.
- Hijo mio, para entender bien mis palabras, primero has de entender bien las tuyas. Pues para entenderme bien a mi, primero has de entenderte bien a ti.
- Maestro, ¿y si el vivir de cada día me altera la paz interior que he aprendido a tener junto a vos?
- Entonces hijo mio, no has aprendido nada. Pues si no sabes vivir en paz el día a día, la paz que dices haber aprendido, no es la paz interior.
- Hijo mio, para entender bien mis palabras, primero has de entender bien las tuyas. Pues para entenderme bien a mi, primero has de entenderte bien a ti.
- Maestro, ¿y si el vivir de cada día me altera la paz interior que he aprendido a tener junto a vos?
- Entonces hijo mio, no has aprendido nada. Pues si no sabes vivir en paz el día a día, la paz que dices haber aprendido, no es la paz interior.
- Maestro, por el camino que llevo, nunca llegaré a Dios.
- Entonces, cambia de camino.
- Pero me da miedo cambiar, Maestro.
- Entonces hijo mio, son tus miedos los que te alejan de Dios; y no tu camino.
- Entonces, cambia de camino.
- Pero me da miedo cambiar, Maestro.
- Entonces hijo mio, son tus miedos los que te alejan de Dios; y no tu camino.
- Maestro, ¿el silencio habla?
- Sólo a aquellos que lo saben escuchar.
- Sólo a aquellos que lo saben escuchar.
- Maestro, ¿por qué resulta todo tan difícil?
- Hijo mio, todo está en tu mente. En verdad, es mucho más fácil de lo que te imaginas; aunque siendo tan fácil, resulte luego tan difícil para tu mente.
- Hijo mio, todo está en tu mente. En verdad, es mucho más fácil de lo que te imaginas; aunque siendo tan fácil, resulte luego tan difícil para tu mente.
- Maestro, ¿por qué mis ojos aún no pueden ver a Dios?
- Hijo mio, si a veces no eres capaz de ver lo que tienes delante de tus ojos; cómo quieres ver lo que no eres capaz de poner delante de tus ojos.
- Hijo mio, si a veces no eres capaz de ver lo que tienes delante de tus ojos; cómo quieres ver lo que no eres capaz de poner delante de tus ojos.
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