jueves, 25 de febrero de 2016

EGO; original de Rafael Santamaría

La mente es, entre otras muchas cosas, una máquina del tiempo. Nos traslada al pasado y al futuro a una velocidad de vértigo. Pero ninguno de estos dos tiempos son tiempos presentes, tiempos reales. Y hay que recordar que sin presente no hay futuro; y el pasado ya no existe. 
Como puedo entonces ir con la mente a lo que está pasando ahora? 
Todos nuestros pensamientos se avienen a recordar, a revivir o a pronosticar, una situación o una experiencia. Cuando nuestra atención no se centra en recordar, en revivir, o en vaticinar lo que pensamos que va a suceder, entonces la mente se libera del caos del pensamiento, y se centra en el ahora. 
La eternidad se podría asemejar a lo que está sucediendo ahora. Ésto, éste momento, puede hacerse inmortal pues no tiene ni pasado ni futuro. Es atemporal para nuestra mente ya que no puede clasificarlo como pasado o futuro, no puede etiquetarlo, y sin etiquetas, todo lo que vive la mente es nuevo, y lo nuevo conlleva para nuestra mente la experiencia de lo auténtico. Y sólo el ahora es auténtico, todo lo demás, pasado o futuro, es una burda réplica, una imitación mental, a lo que estamos viviendo. 
La mente se mueve hacia detrás y hacia delante en el tiempo; para "sujetarla", para anclarla en el presente, hay que dejar de pensar. 
El pensamiento es un juicio en el tiempo. Sí evitamos juzgar, y evitamos los tiempos pasado y futuro, los pensamientos se desvanecen por si solos (la inercia de pensar se desvanece por si sola), y la mente se detiene. 
Cuando meditamos, el tiempo y el juicio deberían desaparecer.
La atención puesta en la respiración, en nuestra respiración, nos aleja de los tiempos y los juicios. 
La respiración, nuestra respiración, está influenciada por nuestro modo de vivir las cosas; y nuestro modo de vivir las cosas esta condicionado por nuestra forma de pensar. 
Observando nuestra respiración podemos llegar al entramado subconsciente de cómo es nuestra forma de pensar. 
Pero estamos tan ligados a esa forma de pensar, creyendo, o haciéndonos creer, que nuestra forma de pensar es siempre la buena y la correcta en todo momento, que nos resulta sumamente complicado y difícil, soltar nuestra respiración, es decir, nos resulta sumamente complicado soltar nuestras viejas creencias con las cuales nos hemos identificado y a través de ellas hemos creado un personaje con unas características (ego), en mi caso Rafa, que busca la atención y el protagonismo en el drama cósmico de la vida de cuantas personas se cruzan por nuestras experiencias y circunstancias vivenciales.
Así mismo, la energía que nos mueve proviene del pensamiento, cuando éstos pensamientos están sujetos a formas de pensar: creencias, inculcados por criterios, y nunca por nuestra propia experiencia, nos convertimos en autómatas de nuestros pensamientos (que no son nuestros) a la vez que en sujetos pasivos de todo cuanto nos sucede en la vida. 
El reset mental, el formateo de nuestra mente, se consigue a través de una toma de conciencia continua basada en el ahora. 
Una forma de trabajar esa continua toma de conciencia es entrenando la observación. 
Observando nuestra respiración nuestra atención tan sólo observa, desligandose así del viejo hábito del juicio y la opinión. 
Se podría decir que la meditación se basa en entrenar nuestra atención haciéndola observadora.
Cuando la atención sólo observa se despierta la intuición. 
La intuición se asemeja al pensamiento, pero difiere de él en que carece de juicio, por tanto nunca puede ser negativo. 
La intuición proviene de la interiorizacion que hace la mente al observar. Proviene de la interiorizacion de la mente (en esa interiorizacion la mente se encuentra con el alma) 
Cuanto más interioricemos nuestra observación más profunda será nuestra toma de conciencia.
Cuando nuestra toma de conciencia llega hasta el corazón, el amor ilumina nuestra alma.
Cuando el amor ilumina nuestra alma, la divinidad de nuestra conciencia se despoja, se libera, de la caracterización del personaje ego al que venía interpretando sin darse cuenta. 
Rafael Santamaría

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